viernes, 21 de marzo de 2008

EN LA PLAYA (TORMENTA DE VERANO)

Calidoscopio psicodélico de colores sobre la piel humana en reposo, achicharrándose al sol de agosto; sudor; pieles antes blanquecinas y macilentas, tostándose poco a poco; manos juguetonas introduciéndose bajo telas de escuetas vestimentas ajenas; arena que, inoportuna, hace lo mismo: meterse donde no debe, y además, no es bien recibida. Miradas de deseo; miradas babeantes al botón sonrosado que pugna por escaparse de la tela mínima que pretende ocultarlo, sin conseguirlo del todo; en reciprocidad, al creciente bulto masculino situado en la entrepierna, que casi insinúa una situación indiscreta, irreprimible y asaz inoportuna. Hermoso horizonte verde azulado, donde transitan ociosos veleros, y a donde se dirige la imaginación buscando la deseada libertad, el casi imposible sosiego; olor penetrante a la crema solar de la infancia, que se asocia rápida e inevitablemente con el verano; lenguas voraces que investigan en recovecos quizás inalcanzables; una gota de sudor que se desliza perezosa hasta alojarse por fin en un ombligo acogedor; olor delicioso a tortilla de patatas; mirada voraz (el hambre ha hecho ya su aparición) al bocadillo de jamón que alguien extrae de una tartera; bienestar que provoca la suave brisa marina; aroma de mar que penetra cosquilleando en la nariz, refrescante e incitador, y a la vez una pizca desagradable, pues se mezcla con el hedor dulzón de las algas muertas; súbito impulso al concluir un abrazo con la mujer amada, de levantarse y hacer cabriolas, entrechocando los talones desnudos y todavía rebozados en arena; mirada furtiva a otra pareja que también se desenlaza tras su abrazo, para ir deslizándose hacia el reino del sopor; mirada de complicidad (no está incluido ningún guiño, tampoco hay que exagerar), hacia esa pareja tan diferente, y tan parecida; mano que palpa la arena ardiente; dedos que se cierran tratando, es inútil, de agarrar un puñado compuesto por millones de minúsculos granos que invariablemente se escurren inasibles; ojos que se van cerrando, imposible mantenerlos abiertos; labios que se depositan sobre los párpados de ella, apenas rozarlos, justo antes de perderse en el mundo de los sueños; sed, justo cuando se oye al repartidor ambulante de helados que se aproxima voceando su mercancía, sorteando los cuerpos tendidos en la arena como si fuesen las víctimas de una cruel batalla, sed repentina que ya se mitiga, paladeando el agradable frío de un trozo de hielo con sabor a limón, o algo parecido, que refresca los labios abrasados. //Y, de pronto, una gota cae en el pie, y no, no es del helado que rezuma; el calor desaparece, el horizonte torna su color verde azulado a negrísimo, la brisa agradable se transforma en vendaval amenazador, y la ociosa y aletargada multitud se espabila de repente. Cada cual recoge sus toallas, tumbonas, balones enormes, cremas solares, rastrillos de juguete para la arena, cubos con la misma función, telefonillos portátiles, gafas de sol ya inútiles..., y maldiciendo, cubriéndose con las toallas, que han cambiado de súbito su uso, emprende una atropellada carrera hacia los soportales salvadores de la ciudad, pisándose unos a otros, molestándose, en caótica desbandada, tristes y humillados cual ejército al que un enemigo que sabe más poderoso acaba de inflingir una cruel e inapelable derrota.

1 comentario:

koolauleproso dijo...

Anonymous said...

¡Ay! que estupendo relato en invierno.
Soñar con el clima estival y todo lo que le rodea. lO HAS DESCRITO CON TAL NITIDEZ, que veo lo leido y huelo el mar, el calor y la rica tortilla que en casa huele a fritanga.
SIGUE CON ESTOS ESCRITOS, nos llevas a desear que se acabe el invierno antes de empezar. Mon.

9:50 AM
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Anonymous Anonymous said...

Espero más relatos tan buenos como este.
¡ANIMO! QUE TU SABES
Te lo digo yo.