miércoles, 28 de diciembre de 2011

DELIRIO

Estoy acabando de tomar el café. La chica del gimnasio (a partir de ahora la nombraré con la incógnita “y”) se acerca por el pasillo. Después de despedirse de la logopeda, se detiene y me mira. Yo le digo “Bueno, ahora sí, feliz año”. Y ella se acerca y me besa en la mejilla. Y me dejo engullir por sus labios rojísimos. Su boca parece succionarme de la silla de ruedas. Y liberado de mi eterna compañera, navego (o quiero navegar) por el interior de esa boca y ese cuerpo. Fundido con ella, con la boca primero, con el glorioso cuerpo después (con sus pechos grandes y perfectos, con los miembros proporcionados pero dañados, cuyos movimientos tanto me ha excitado contemplar a distancia) mi placer es indescriptible. Algo parece licuarse en mi interior. Noto cómo me derrito por entero; y el doble roce de sus labios sobre mis mejillas supone una promesa de felicidad. Un placer presente, y una promesa de futuros e hiperbólicos goces aunque, de momento, sólo el “hasta el año que viene”, “sí, hasta el martes” con los que nos despedimos, responden a una realidad inexorable

miércoles, 14 de diciembre de 2011

HERIDA


Llueve. Un fuerte viento azota la ciudad. La chica del gimnasio está al otro lado de la puerta. Protegiéndose del temporal bajo el soportal del edificio. Verla ahí, un tanto desamparada a merced del temporal le produce una gran ternura. Sale a saludarla, no sale....Es tarde (el inválido ya ha comido), y no esperaba verla ahí todavía. Saca un café de la máquina (como todos los días), y cuando lo acaba de tomar, ella ya no está. Una sorda desolación le invade.