Sí, la cosa acabó (en el fondo me lo temía, aunque absurdamente creía ver indicios de todo lo contrario). Ayer, contraviniendo mi habitual inclinación a la prudencia, le dije a Emi todo lo que sentía por ella desde hace tanto tiempo. El resultado, una absoluta catástrofe. Me contestó que ella era dañina para todo lo que se le acercaba, que cuando me conoció hacía tantos años ella sí vio, por un momento, la posibilidad de que aquel chico alto y delgado de “sonrisa pícara y atractiva” (sic...) pudiese llegar a interesarle para algo más que agradable compañero de curso, pero que su vida ahora era un completo caos al que no quería arrastrarme, que ella era dañina para todo lo que tocaba, que era un peligro para los que quería (y que yo era un AMIGO muy querido para ella), etc., etc... Vamos, su versión del tan argentino “no sos vos, soy yo” que, como supondréis, me hizo una gracia...
Yo he pasado una de las peores noches de mi vida ¡cuán distinta de la que, imbécil de mí, me imaginaba! Recordando la “cara de panoli” que se me debió quedar al escuchar su respuesta pensé que, efectivamente, y como me temía, debo ser uno de los tipos más desgraciados que habitan, al menos, el hemisferio norte de este desdichado planeta (y no incluyo al sur, porque se que, salvo excepciones, allí hay auténticos problemas de supervivencia que, lo se, no pueden compararse en gravedad a mis pobres cuitas sentimentales, por grandes que estas me parezcan).
Así que ya veis, el que yo pensaba iba a ser uno de los mejores días de mi vida, acabó siendo, quizás, de los peores.
Estoy hecho polvo porque, obsesivo como soy, últimamente toda mi vida giraba en torno a ella (y como en ese inmortal poema de Pedro Salinas que tanto me gustó siempre):
¡Si me llamaras, sí,
si me llamaras!
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí, si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca desde a voz que dice:
"No te vayas."
Pues cada llamada suya, cada simple conversación por Messenger, me sumergía en una oleada de dulce excitación, y yo también estaba, en esos momentos, dispuesto a tirarlo todo, incluidos “catálogos, precios, y el azul de los océanos en los mapas”.
Pero, ayer me cercioré por fin, en dolorosísima “caída del guindo”, Emi nunca me llamará, desde luego nunca urgida de esos amorosos apremios, así que, lamentablemente, me ahorraré, incluso, ese “azul de los océanos” que tan generosamente estaba dispuesto a regalar.
¡Qué desastre!
Se admiten mimos, palmaditas en la espalda, y todo tipo de ocurrencias que puedan levantar mi muy alicaída moral, porque, desde luego, el final (y sí, seguro que es final, y no como después 5 de noviembre del año pasado (1)) cuando, tras su vuelta, me volví a dejar llevar por las falsas esperanzas que, en realidad, nadie, siquiera, me había insinuado.
Y, ahora ¿soy o no soy patético?, amigos, porque esta ya larguísima historia ha acabado que tan sublime me parecía ha acabado en unas simples y vulgares calabazas.
.-1: ver entrada del 6 de noviembre de 2008, titulada "La puerta: punto final, espero"