Pues si, parece que el 5 de noviembre es una fecha “peligrosa” para mi. El último fue un completo desastre, como ya relaté en mi entrada del 6 de noviembre, titulada “La puerta”, pero es que en otro, hace justo 16 años, cometí uno de los mayores errores de mi vida: me casé.
Mi “ex” y yo no éramos muy partidarios del matrimonio que se diga, pero cuando “saqué” las oposiciones a funcionario de Correos me destinaron a Palma de Mallorca. No quería irme solo, así que le propuse que me acompañase, e “irnos a vivir juntos”. “Bueno, a ver que dicen mis padres”, me contestó. La respuesta fue “echarse las manos a la cabeza” y exigir que nos casásemos, que, al fin y al cabo ¿qué más nos daba?
Yo llegué a Palma de Mallorca el 12 de octubre de 1992, para tomar posesión de mi bien ganada plaza de auxiliar de clasificación y reparto (en moto) del cuerpo de Correos y Telégrafos. Me recibió en Magalluf (turística localidad a pocos Km. de Palma) mi ex cuñado Juanjo (que, a la sazón, trabajaba allí de camarero) mientras Marián (mi ex) completaba en Gijón los papeleos necesarios para el “bodorrio” que acabaría teniendo lugar el siguiente ¡5 de Noviembre!, ¡socorro!
Yo, lo confieso, esperaba el momento con cierta ilusión. Era joven (27 años) e ignoraba todavía la magnitud de mi error. Durante años habíamos contestado a la recurrente pregunta “¿Qué, mocinos, y vosotros, cuándo os casáis?”, con un evasivo “cuando llueva para arriba”.
Pues bien, el 5 de noviembre de 1992 en Gijón no llovió ni para arriba ni para abajo, e más, un sol espléndido (e inhabitual) iluminaba la ciudad. Marián estaba radiante con un conjunto granate y sus ojazos negros brillaban más que nunca.
A mí, que siempre me ha gustado vestir bien, para qué nos vamos a engañar, me temblaba hasta la corbata, mientras la esperaba en la puerta del juzgado.
Poco podíamos imaginar, ella y yo, que dos años y medio después todo se hubiese acabado.
Como ya muchos sabéis, la cosa empezó a torcerse el 12 de febrero de 1993, cuando (deduzco, en realidad no me acuerdo de nada) llegué a nuestro pequeño apartamento al lado del Paseo Marítimo de Palma, y me encontré a Marián desmayada en la cama, quise llamar a un médico y me desmayé yo también.
Seguirían meses de peregrinaje hospitalario, primero en Son Dureta, en Palma, y luego en Gijón (a donde nos trasladaron para que, por lo menos, “muriésemos en casa”) y luego en Oviedo (a donde fuimos para realizar, ya que milagrosamente habíamos sobrevivido, unas operaciones imprescindibles).
Pero la avaricia, y la “miopía” de algunos (de mis antiguos suegros, vaya) impidió que, una vez “superado lo peor” pudiésemos disfrutar de la vida juntos que nos merecíamos (sería muy largo explicar lo inexplicable, así que lo resumiré así sin entrar en más detalles, dolorosos todavía para mi, además).
“De Perogrullo” sería constatar que, si no nos hubiésemos casado, no tendríamos, años después, que habernos separado. Y, por eso el 5 de Noviembre empezó a ser para mi una fecha maldita, que enlaza, 16 años después, con la del derrumbe de la “dichosa” puerta, y el fin de todas mis esperanzas con Emi.
Además, por la mañana, este 5 de noviembre ya había empezado mal: llevaba unos días sin ver bien, fui al oculista, me preguntó la edad (43) y me dijo que no me preocupase, que tener la vista cansada a mi edad (¿provecta ya?) era lo normal.
No era nada para lo que me esperaba por la tarde, y que ya he relatado en la entrada del 6 de noviembre, titulada “La puerta”.
Pero, tranquilos, que "viejo" y "derrotado", tengo que seguir adelante, porque, ya lo dijo Sartre (permitaseme la "petulancia") "estamos condenados a existir".