jueves, 17 de marzo de 2011

CONTRA LA CENSURA (EN TORNO A "A SERBIAN FILM")

Por definición, la censura, amén de perversa, es siempre estúpida. Normalmente consigue, precisamente, los efectos contrarios a los que pretende. Viene esto a cuenta de la “polvareda” levantada por la película “A serbian film”, absurdamente censurada en el festival de Sitges, un festival, para más burla, dedicado supuestamente al cine fantástico.


Pues bien, “A serbian film” es, simplemente una película mediocre que se mueve entre el “gore” y un erotismo convencional y cansino. Sin la polémica, seguro que hubiese pasado completamente desapercibida. A lo mejor es lo que su director, un tal Srdjam Spasojevic, pretendía. Escandalizar a los “escandalizados de siempre”. Tengo que decir que si es así, lo ha conseguido. Yo, por ejemplo, jamás me hubiese tomado la molestia de descargármela y ocupar una porción del disco duro de mi ordenador, si alguien no hubiese levantado tan absurda polémica. Por supuesto, queda fuera de toda duda, jamás hubiese pagado los 6 o 7 euros “de rigor” por la entrada del cine (y si los hubiese pagado, aún estaría lamentando el dinero “tirado”).

“A serbian film”, en su inmensa pequeñez es una película confusa, reiterativa y aburrida, amén de pretenciosa. Su pretendido “mensaje” sobre la lamentable situación de los Balcanes (que es la coartada que esgrime Spasojevic para perpetrar semejante horror) se torna en ininteligible.

Se que Spasojevic pretende horrorizar, bombardeándonos con una cadena de truculencias intensiva, pero a mi simplemente me aburre. Definitivamente Spasojevic no es el Marqués de Sade.

Las desventuras de un actor porno en declive, pierden todo su interés pronto y sólo queda un inmenso vacío. El final del film, que no desvelaré aquí, pretende adscribir la película al género de terror. Y evidentemente, se demuestra que el tal Spasojevic no es precisamente Jacques Tourneur, la sutileza brilla por su ausencia, las elipsis no se utilizan, y la película se sustancia en un abigarrado “querer mostrarlo todo” para enmascarar la nada más absoluta. Ante tanto pretendido horror, la película se te acaba haciendo larguísima (y no lo es especialmente, 104 minutos), los bostezos se suceden y lo único que deseas es que se acabe pronto tu suplicio de espectador engañado.

Sí, definitivamente Spasojevic es un delincuente, pero no contra la pretendida moral pública, si no contra el cine, lo cual es un delito mucho más grave.



Véanla, si les sobran 104 minutos de su vida y no les cuesta dinero. Yo ya les he advertido.

viernes, 11 de marzo de 2011

ANONYMOUS, ¿LA ESPERANZA?


     A mi "peripatética" amiga virtual, Luisa, que en su blog me descubrió esta opción







Un rayo de esperanza se vislumbra en el desolado panorama político actual. Por supuesto, no se trata de ningún nuevo partido. Es, más bien, la materialización de una inquietud, si se quiere, de un estado de ánimo. Es un fenómeno, podríamos decir, transversal, que “recorre” y “sacude” nuestra sociedad intentando “despertarla”.

“Anonymous” no es un partido, ni pretende serlo. Sus intereses son variados, heterogéneos. Su organización, mínima. No tiene ningún plan preestablecido. Sus líneas maestras son la defensa de la libertad de todos los ciudadanos en todos los ámbitos. La denuncia de las injusticias palmarias. Y, entre las libertades, sobre todo, la de expresión, que permite la crítica libre, y abre, en consecuencia, amplios espacios a la “mejora social”. Es necesaria la denuncia de los errores y fallos del sistema social. Sólo conociéndolos podrán implementarse los mecanismos para solucionarlos. La libertad de expresión es el fundamento de una verdadera sociedad democrática.

Uno de los “caballos de batalla” de “Anonymous” ha sido, precisamente,  la cerrada defensa de “Wilkie-leaks” y de su promotor, Julian Assange. Particularmente, no creo que la difusión de esos “cables” revista en sí una importancia crucial (muchos no pasan de simples cotilleos en esencia intrascendentes). Sin embargo, la desproporcionada reacción de los “actores” aludidos (principalmente la CIA y el Departamento de Estado de EE.UU.) nos indican que esas revelaciones sí les han hecho daño, hasta obligarles a una “censura preventiva” (acostumbrados estos organismos al monopolio de la información y la propaganda, “tiemblan” ante la aparición de una competencia ajena a su control). Solución: juzgar a Assange (inventándose, si es preciso, un delito “ad hoc” lo más denigrante posible), retirarlo de la circulación y, así, desalentar a posibles imitadores (“ved lo que os puede pasar por meteros donde no os llaman”).

Otro, la defensa del juez español (azote de corruptos y ex –dictadores varios) Baltasar Garzón. A Garzón se le acusa de “chapucero” en sus Instrucciones, de buscar más el lucimiento personal que impartir auténtica justicia. Cierto que a Garzón (un juez valiente, decidido y “arriesgado”) le gustan más las cámaras de televisión y las primeras páginas de los periódicos que a un tonto un caramelo, como se suele decir; pero también lo es, que es un juez molesto para los poderosos, empeñado en que impere la justicia (si su intervención decidida es casi seguro que uno de los peores genocidas del tormentoso siglo XX, el dictador chileno Augusto Pinochet, habría muerto tranquilamente en su cama sin atisbo de preocupación alguna). A Garzón le corresponde el mérito de haber hecho difíciles, al menos, sus últimos años de vida. Pero Garzón quiso, además, denunciar la colosal corrupción que atravesaba la vida política española. La connivencia entre el mundo de las finanzas (particularmente las empresas constructoras que florecían con el “boom inmobiliario” en el tránsito del siglo XX al XXI) con sectores de la política ávidos de riqueza (el dinero circulaba sin control esos primeros años del nuevo siglo y era difícil resistirse a su flujo “deslumbrador”), la sustanciación de este fenómeno en el “caso Gürtel” que afecta de lleno al primer partido de la oposición en España, han provocado que ese conjunto “viscoso” de poderes (económicos y políticos) se haya sentido amenazado y no dudado en actuar contra él, valiéndose de toda clase de subterfugios legales y la complicidad de algún otro juez rival (1).

Assange y Garzón son sólo dos ejemplos de que el “sistema” no perdona. Aunque el daño que ambos le puedan ocasionar sólo sea, en el mejor de los casos, superficial, los beneficiarios del “actual estado de las cosas”, eso tan indefinible que se ha dado en llamar, “mercados” (y que tienen en las “agencias de calificación de riesgos” –unos organismos de iniciativa privada que se permiten, en virtud de no se sabe qué legitimidad, aleccionar a gobiernos electos, y recomendar determinadas políticas económicas que los gobiernos acaban siguiendo, nadie sabe muy bien por qué, “a pies juntillas”-uno de sus instrumentos más desconcertantemente poderosos) no se permiten ningún resquicio a la crítica. No se lo pueden permitir. Si los ciudadanos abriésemos los ojos y tomásemos el control de nuestras vidas, muchos privilegios “temblarían”.

Y es que la política se mal mueve en un marasmo paralizante. Los ciudadanos tenemos la sensación que nuestro voto no vale para nada, que este mundo globalizado está en manos de fuerzas oscuras, ajenas al control del ciudadano (esa cosa viscosa que se ha dado en llamar, “mercados”). Y, ¿habéis visto a alguno de esos “mercados” presentarse públicamente a las elecciones?, ¿conocéis cuál es su programa político concreto? No. Nadie lo conoce. Los “mercados” poseen un poder descomunal, pero misterioso. A través del Fondo Monetario Internacional, un organismo totalmente ademocrático, a través de “sanedrines” de economistas y creadores de opinión, fuerzas oscuras y ajenas al proceso democrático, ajenas a cualquier control se imponen medidas económicas que, “casualmente” favorecen siempre a los más poderosos.

Así pues, el derecho al voto deviene en una simple aceptación del “actual estado de las cosas”. Votar es irrelevante. Que gobiernen unos, o gobiernen otros es indiferente. Al final, las políticas que se aplicarán serán, en esencia, las mismas con, si acaso, mínimos matices. El sistema de partidos actual se diferencia muy poco del Bizantino (donde había unos “azules” y unos “verdes”, cuya diferenciación se fundamentaba en los colores de las facciones del Hipódromo, que se extendían al gobierno de la vida pública, siempre supeditadas al capricho del Emperador, claro). Así pues, la política denigrada a ficción o juego de entretenimiento no es algo nuevo. Y “que toda la vida es sueño” es una realidad palmaria pero, ¡caramba! molesta darse cuenta de repente de un engaño tan patente.

Convertidas las campañas electorales en simples campañas publicitarias, en el caso español, entre un errático gobierno “superado” por una tremebunda crisis global del neo-capitalismo y acechado por una oposición engolosinada por la cercanía del poder que no duda en usar las armas más demagógicas, que enmascaren la realidad, que la oposición no ofrece, no puede ofrecer ninguna política alternativa real, porque todo el juego político se sustancia en una colosal pantomima en el que “las cartas están marcadas de antemano” y la única alternativa honesta es ser coherente y “no participar en ese juego”.

Si los ciudadanos consiguiésemos con nuestro “no voto”, vaciar las urnas (un gesto tan inútil como el contrario, por otro lado) a lo mejor nos librábamos en un futuro de tanta demagogia electoral y de tanto discurso vacío, lo que no sería pequeña cosa.

En Internet, ese mundo virtual superpuesto al real, cabe, cono ya sabemos, todo, lo bueno, lo malo y lo regular. Pero Internet tiene muy difícil control. Y este es un factor nuevo. Es imposible censurar la Red. El movimiento “Anonymous” ha surgido en Internet. Como decía al principio no es ningún partido político; ni siquiera tiene un programa concreto. Muy concienciado con la defensa a ultranza de la libertad de expresión, carece de programa, siquiera de proyecto. Utilizando la iconografía del comic de Alan Moore "V de vendetta", posteriormente llevado al cine por James McTeague, y protagonizada por la deslumbrante Natalie Portman, los “Anonymous” se multiplican en los más variados eventos. Aunque en no todos los casos estoy de acuerdo con ellos, me “caen bien” y, con mis limitadas posibilidades, me siento muy cercano a ellos. Es más, estos jóvenes “anarcoides”, pero comprometidos con el mundo que les rodea, constituyen hoy la única esperanza visible en el panorama actual; una esperanza difusa, casi inaprensible, pero esperanza al fin y al cabo. Y es el único clavo al que agarrarnos que nos queda.

Por ejemplo, las esperanzadoras revoluciones del mundo árabe, difícilmente se hubiesen producido sin ellos. No se sabe en qué acabarán, pero sí que han “sacudido” de forma, parece irreversible, una parte del planeta que se encontraba particularmente adormecida.



Hoy precisamente se cumplen 7 años de los atentados de Madrid. A ellos siguieron unas horas cruciales en el que el gobierno de aquel entonces intentó perpetrar un colosal (y estúpido) engaño para perpetuarse en el poder. Sin embargo, en aquella ocasión, los ciudadanos no nos dejamos engañar y, contra todo pronóstico, mandamos a los tramposos a la oposición.



Ahora, deberíamos dar un paso más, y dado que la “trampa” se ha generalizado, darles un aviso a todos y, simplemente, no participar en su juego, no votar.



El próximo 22 de mayo, simplemente NO VOTAR. Vaciemos “masivamente” las urnas. Y que se molesten en buscar una explicación.


(1).-El juez Eloy Velasco, sempiterno rival de Garzón

lunes, 7 de marzo de 2011

NO VOTAR

Tengo algo muy claro: no volveré a votar. Yo era votante de Izquierda Unida. Una experiencia personal muy negativa con la Administración (autonómica, en este caso –y casualmente con una Consejería regida por IU, la de Asuntos Sociales en virtud del pacto de gobierno PSOE-IU en Asturias- ya había supuesto para mi una enorme decepción (1)).


Ahora, en la red ha surgido el grupo Anonymous, y me ha ilusionado. No reniego de la política. Como los griegos clásicos, considero al hombre fundamentalmente un animal político. Sí reniego de la imbricación de la política en la economía de mercado, de tal modo que las campañas electorales se han convertido fundamentalmente en un inmenso despliegue publicitario en la que se nos intenta vender, a cambio de nuestro hipotético voto, la nada más absoluta.

Contemplar los discursos de “Pepiño”, Cospedal, Camps (al menos este presunto corrupto podría avergonzarse y aparecer menos en los medios, pero se ve que su rostro es absolutamente pétreo) y, no digamos, los inevitables “amiguitos” Rajoy y Zapatero, fingiendo un permanente enfrentamiento que en realidad no existe, me pone de los nervios.

Convertidos los ciudadanos en simples consumidores, nos queda, al menos, el derecho a no participar en esa pantomima. No nos dejemos engañar. No votemos. Servirá para lo mismo que si lo hiciésemos, para nada; pero, al menos, nos quedará la satisfacción de no nos han engañado, de que no hemos “picado”.

(1).-Ver entrada de 6 de marzo de 2010, titulada “Funcionariocracia”

domingo, 6 de marzo de 2011

CITA EN "ANTROXU"

Al escuchar su voz por teléfono al concertar la cita al mediodía nota cómo se va excitando. Sí, como quien no quiere la cosa, se le está levantando. Y pensar que esa mujer no le gustaba. La consideraba sosa, falta de brillo. Sin embargo, se pasa toda la tarde empalmado hasta la hora de marchar. Gracias que en la silla de ruedas, sentado, no se nota nada (o eso cree). Si se notase, todo sería demasiado transparente. No, no es elegante ir por la calle “enarbolando” su deseo. Además, como le han tenido que cortar los abductores (tenotomías), no puede cruzar las piernas. Para morirse de vergüenza.


Con retraso, llega la mujer, por fin. Él está al lado del kiosco, muerto de frío. Definitivamente, tenía que haber traído la “parka”, pero el refulgente sol de invierno le engañó. ¡Dios, que guapa está…! Se le cae la baba, contemplándola. No creía que un simple cambio de peinado pudiese obrar semejante transformación. Definitivamente, la desea. Se pasan la velada charlando animadamente de lo uno y lo otro. Principalmente del relato de sus vidas en los muchos años que estuvieron separados desde que se conocieron siendo tan niños, hasta el momento en que el azar los volvió a juntar. Se cuentan anécdotas, confidencias…El le habla de su matrimonio fracasado, y en un momento se siente osado, y le relata, de forma somera, la primera vez que compró una caja de condones en un sex-shop. Ella le escucha con atención, y hace comentarios poco comprometedores, pero en absoluto escandalizados. Él la desea cada vez más. Cenan, no mucho (él es de poco comer, y ella dice no estar muy bien del estómago), y van a tomar una copa a un nuevo local adaptado en el que él se ha fijado en sus paseos por el centro de la ciudad. A él le apetece probar un “Daiquiri”, que se anuncia en la puerta del local. Sin embargo, sorprendentemente, la coctelera no funciona. Decepcionados (sobre todo él) se marchan del local. De todas maneras han tomado bastante vino con la cena y están algo mareados.

La despedida es triste, decepcionante. Situados uno frente al otro, él, absurdamente paralizado, no se atreve a pedirle el beso que llevaba todo el día solicitándole en su pensamiento.

El Carnaval, que le rodea, las máscaras del “Antroxu” desperdigadas que se va encontrando, tiñen de melancolía su retirada.

CONTRA DANIEL RODRÍGUEZ


Daniel Rodríguez tiene mucho mérito. Le admiro. Pero estoy en completo desacuerdo con él.

Y os preguntaréis, ¿y quién es ese Daniel Rodríguez, que merece semejantes reflexiones?

Daniel Rodríguez es un joven paralítico cerebral, diplomado en Trabajo Social. Y si digo que lo admiro es porque, a diferencia de la mía, su discapacidad, minusvalía, o cómo le queramos llamar es congénita. Es decir que, a diferencia de mi, Daniel no “disfrutó” de una época en su vida ajena a la minusvalía, y aún así, consiguió diplomarse. Lo cual tiene un mérito indiscutible, y habla muy bien de su espíritu de superación, de su capacidad para no resignarse jamás. Como el azar me acabó convirtiendo también en un paralítico (me gusta esa palabra), conozco, y soy solidario, con las enormes dificultades que habrá tenido que superar, ya lo digo, me parece un tipo admirable, y “me quito el sombrero”. Hasta ahí, nada que decir.

¿En qué se sustancia entonces mi desacuerdo?

Sostiene Daniel Rodríguez en su libro “Cordones para las zapatillas” que es indispensable un “cambio en el lenguaje”, que el lenguaje crea ideología, y que hay que inventarse un lenguaje nuevo que no genere “discriminaciones sobreañadidas a nuestro colectivo”. Desde ese punto de vista, reniega de las palabras con las que se nos ha nombrado hasta ahora, señala su intención sibilinamente peyorativa, y propone, nada menos, que la fundación de un nuevo lenguaje “no discriminatorio”: “inválido”, un insulto; “minusválido”, una intolerable discriminación; incluso en “discapacitado” (el término oficialmente más aceptado para nombrarnos) aprecia un sutil tono discriminatorio. A mi, simplemente me parece una palabra fea, que transparenta en exceso su ánimo de instalarse en lo “políticamente correcto”

¿Cómo debe entonces nombrarse a nuestro colectivo?

¡Atención!, nada menos que “grupo de personas con diversidad funcional”

¿Un poco engorroso? ¿Inmanejable en la práctica? Nada, esos son pequeños inconvenientes que no pueden oponerse al triunfo de lo “políticamente correcto”.

Quizás por mi formación de historiador, y porque, en consecuencia toda mi estructura mental está atravesada (y sostenida) por el historicismo, me niego a darle tanta importancia a las palabras. Naturalmente que el Lenguaje conforma la estructura de pensamiento del hombre, pero no sólo el lenguaje; en la misma medida, la Historia, el pasado reconstruido desde el presente, nos relativiza (nos hace humanos) y nos explica. El presente sólo puede ser entendido en función de un pasado que lo explique. Nada es “absoluto” y todo es “relativo”. Desde ese punto de vista, el pensamiento “histórico” supone un salto cualitativo sobre el tipo de pensamiento “absoluto” o “teológico” que había conformado al ser humano desde la Edad Media. La Historia configura el auténtico pensamiento racional, libera al ser humano de principios absolutos y nos proporciona las herramientas indispensables para enfrentarnos a la realidad.

El Lenguaje (también indispensable, por otro lado, para configurar nuestra capacidad de conocimiento) no puede arrogarse las funciones de un nuevo dios, inmanente y ajeno a toda crítica. Ha de imbricarse en la Historia y, siempre en relación dialéctica con ella (perdón por mi terminología de viejo marxista) iluminar nuestro conocimiento.

Desde ese punto de vista, no podemos convertir al Lenguaje, en virtud de los temibles principios de lo “políticamente correcto” en un muro infranqueable que paradójicamente nos impida entendernos. Como paralítico (una de las muchas palabras que sirve para definir a nuestro colectivo, y que quizás sea la que más me guste, aunque no sea en absoluto exacta) reivindico los valores positivos de mi parálisis, invalidez, minusvalía, discapacidad o como lo queramos llamar. Sí, sin haberlo buscado, somos diferentes y, como la vida (la pequeña historia personal de cada uno) nos ha obligado a esforzarnos más para vivir en sociedad –tanto a Daniel como a mí, por ejemplo, nos cuesta objetivamente más poder hacer cualquier cosa, desde asearnos o comer, a mantener relaciones sexuales- al menos yo, no reniego de mi “diferencia”, es más, la reivindico y estoy orgulloso de ella.

Daniel Rodríguez, sin embargo, parece abjurar y no asumir su circunstancia vital, enmascarándola con inútiles subterfugios del Lenguaje.

Digamos que, ya que me ha tocado esta forma de vida, yo procuro sacarle el máximo partido. Ya que, como diría Sartre, “estamos condenados a existir”, existamos de la manera más intensa y digna posible