viernes, 12 de octubre de 2012

¡MALLORCA, 20 AÑOS!


Hoy se cumplen 20 años de mi llegada a Mallorca. Pensaba que me iba a instalar allí permanentemente. A ser un mallorquín de adopción y, sin embargo, sólo permanecí en la isla 4 meses, que a punto estuvieron de ser los últimos de mi vida.

Llegué a Mallorca un 12 de octubre 1992. Lo recuerdo bien, porque era el cumpleaños de mi ex – cuñado, el personaje de la familia de mi ex – mujer con el que siempre me llevé mejor. Juanjo trabajaba, a la sazón, de camarero en Magalluf, a unos 10 o 15 km. de Palma. Aún recuerdo la “cogorza” que nos pillamos en su pequeño apartamento para festejar mi llegada y celebrar su aniversario. Lo preocupado que estaba yo por la previsible “resaca” que sufriría al día siguiente, en que tenía que tomar posesión de mi plaza Auxiliar de Clasificación y Reparto (en moto) del servicio de Correos en Palma.

Al día siguiente, con cierta resaca (aunque, afortunadamente tolerable) unos amigos de Juanjo (me acuerdo sobre todo de la chica  -esas extrañas casualidades-, Belén, que había sido compañera mía en el MRA (1), en los locos tiempos de mi adolescencia revolucionaria, y su pareja por aquel entonces, cuyo nombre -20 años son muchos- ya he olvidado) nos acompañaron en coche hasta Palma.
 

En Gijón quedaba M. Ella. La Mujer. Cómo la deseaba. No me quitaba de la cabeza aquellas carnes morenas y abundantes de las que en breve, tras superar el estúpido trámite del matrimonio civil que mis ex – suegros, ("yo, en mi casa, putas no quiero") y mi carácter acomodaticio (“pa qué discutir”) nos habían impuesto,  esperaba gozar permanentemente. Porque hasta ese trámite maldito sólo lo habíamos podido hacer “clandestinamente”. En hoteles. En tiendas de campaña en plena tormenta (con qué ansiedad nos abrazábamos desesperados a la vez que la lluvia y el viento ponían en peligro la misma integridad de la tienda de campaña, cómo le resbalaban las lágrimas por el rostro ya no sabía si por el placer del orgasmo o el sobresalto de la estampida de un trueno, o por la superposición de ambas cosas). Metiéndonos mano en reservados de bares envueltos en alcohol. Perdiéndonos en una noche de alcohol y confusión y festejando nuestro rencuentro con sexo urgente y desesperado en un ascensor. Arriba. Abajo. “¿Qué pensará la gente de este ajetreo? ¿Qué importa, tonto? Te quiero. Y yo a ti….” O mucho antes,  mis dedos índice y corazón desvirgándola afanosos bajo el escrutinio de un gigantesca reproducción del cartel con el perfil de Marlon Brando en “El Padrino”.
Ahora, en Mallorca, yo esperaba que, bendecidos por el estúpido matrimonio, nuestra pasión dejase de ser clandestina. ¡Qué idiotez!

Porque justo 4 meses después todo se vendría abajo. El 12 de febrero siguiente, al regresar de mi jornada de reparto diario en el popular barrio de La Vileta, en las afueras de Palma de Mallorca, deduzco (no me puedo acorda a ciencia ciertar de nada, bien que lo siento) que al entrar en nuestro minúsculo apartamento en los aledaños del Paseo Marítimo (carrer Furió, Nº 10) me la encontré en la cama, apenas vestida con sus bata japonesa. Por una vez, el glorioso espectáculo de su semidesnudez, no me excitó. Permanecía inerte. No respondía a mis requerimientos. Dándome cuenta de la situación, intenté llamar a un médico, a una ambulancia. A quién fuese. Sentí que me flaqueaban las piernas y una nube negra me engullía. No me acuerdo de más.
Esos cuatro meses, no obstante, sirvieron para que me enamorase de esa tierra, de sus gentes, abiertas, tolerantes. "Fenicios" en el mejor sentido que a la palabra pueda dársele. De la belleza de sus mujeres morenas a lo María del Mar Bonet. Hasta el sonido de ese catalán un tanto "masticado" que ellos llaman mallorquín, acabó por encantarme. Si hasta bailamos (bueno, yo hacía lo que podía) al son de las letras melosas y anticuadas de Bonet de Sampedro en una multitudinaria verbena en el Borne en la noche de San Sebastián (patrón de Palma) sospecho que muy poco antes del accidente.

Mi siguiente recuerdo, la habitación 331 de un hospital gijonés. En una cama yo.  En la otra, M. Miradas cómplices. Traqueotomías. Silencios forzosos, pues. Sin embargo, recuperamos la voz. Yo, antes que ella. Volvimos a nacer. Cuando pudimos hablar, decíamos tonterías. Yo, empeñado en tener 18 años (total, sólo me quitaba 10). Ella, en devorar todo lo que se le pusiera por delante. ¡Hambre…! ¡Comer….!

M. devorando su propia ropa. Yo, por emularla, comía flores de los jardines. En el fondo, queríamos devorarnos el uno al otro. Cuando nos retiraron las traqueotomías, empezamos por intercambiar nuestros deseos. Sin tocarnos el uno al otro, nos estimulábamos y disfrutábamos. Un festín. Celebrábamos seguir vivos. Un milagro.


Pero cuando, al fin, salimos del hospital, un año después, la cruda realidad se impuso. Cada uno por su lado. A nuestro alrededor, se movían demasiadas cosas (algunas bastante sucias).
Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible.

(1).- Ver entrada del 23 de febrero de 2011, Mi 23 F

sábado, 6 de octubre de 2012

LA MANIFESTACIÓN (PROCESIÓN DE INVÁLIDOS)


Pues sí, hartos de promesas incumplidas, de las astronómicas deudas de todas las administraciones con nuestro colectivo, de que los políticos de todos los colores sólo se acuerden de nosotros en campaña electoral (en las elecciones autonómicas anticipadas del año pasado pasaron por la residencia donde vivo todos los líderes de los partidos que se presentaban  -¡si incluso la ministra de Sanidad, Fátima Báñez nos hizo un hueco en su “apretadísima agenda”, visitando el Centro de Atención Integral de COCEMFE en Gijón, donde resido!- para  inmediatamente olvidarse de las promesas con las que nos habían abrumado, y mandarnos literalmente a “hacer gárgaras” cuando les reclamamos el dinero que se les adeuda a nuestras asociaciones, y que es indispensable, incluso, para la  supervivencia de las mismas, una procesión de inválidos de todo tipo (físicos, psíquicos, acondropláxicos), una procesión de discapacitados siniestramente enlutados (para signicar las negras perspectivas de nuestro colectivo, nuestro aspecto parecía extraído del mejor Buñuel) tomamos el pasado miércoles 3 de octubre las calles del centro de Oviedo, bajo los lemas de “No a los recortes”, “Recortar en discapacidad es recortar en dignidad” e, incluso, un ingenioso “A la niña de Rajoy, mi silla le doy”.

Sé que sólo somos otro de los colectivos damnificados por esta llamada crisis (“No es una crisis, es una estafa”, se corea habitualmente en otras manifestaciones), pero mi colectivo (por razones obvias, el más débil de un entramado social brutalmente golpeado) necesita el apoyo del resto de la sociedad. Aunque sólo sea porque nadie está libre de acabar incluido en él, no nos condenen a la exclusión absoluta. Hagan un esfuerzo. Nadie está libre del accidente y la enfermedad.

Las especies pueden  actuar de dos maneras ante los miembros más débiles de si mismas. O los ayudan solidariamente, o los eliminan. Por el bien de todos esperemos, que, en esta ocasión, no se opte por este darwinismo extremo.
Y aquí estoy yo. Hacía sol, me tuve que poner las gafas, y mi aspecto acabó por resultar siniestro. ¡Me recuerdo a Ynestrillas!. A mi lado, con chaqueta roja que discordaba del luto general, mi compañero Fausto (al que, todavia no se por qué, se le conoce como "Harry").