
Soy idiota. Sigo amando a esa mujer que me desprecia. O no. No me desprecia, pero en absoluto me aprecia. O no me aprecia como yo quisiera. Qué se yo.
No me quito de la cabeza el olor que, no se por qué, asocio con ella. Ese olor a cerrado, ese cierto mugor que a mi me produce un efecto inmediato: es percibirlo y notar en mi entrepierna los efectos de una incipiente erección. ¿Estaré volviendome chiflado? No es descartable.
Hubiese querido escribir una entrada sobre la tauromaquia, pero me he sentado frente al ordenador y me está saliendo esto, lo que confirma mi preocupación por mi estado mental. Definitivamente debo estar obsesionado. Y, creedme, quisiera no estarlo. No me gustan las obsesiones, ni perder el control de mis propios actos.
Y, quizás, debería cambiar el verbo del principio. Es algo más carnal que amando. Sí. Más bien, deseando. Sea como sea y, a pesar de mis intenciones, la obsesión está ahí. No puedo ignorarla. Y me da un poco de vergüenza, no os creais lo contrario. Darse cuenta de la propia debilidad es jodido. Realmente jodido, sí.
Pero, en fin, qué se le va a hacer. Me conozco, y se que, probablemente, seguiré mucho tiempo con esta desazón sin remedio.
En fin, siempre me quedarán las mujeres que pueblan mis sueños. Pero son tantas y, en la realidad, tan difusas... (1)
(1).- Ver entrada de el 4 de febero titulada "Dos años en esta "leprosería""
No me quito de la cabeza el olor que, no se por qué, asocio con ella. Ese olor a cerrado, ese cierto mugor que a mi me produce un efecto inmediato: es percibirlo y notar en mi entrepierna los efectos de una incipiente erección. ¿Estaré volviendome chiflado? No es descartable.
Hubiese querido escribir una entrada sobre la tauromaquia, pero me he sentado frente al ordenador y me está saliendo esto, lo que confirma mi preocupación por mi estado mental. Definitivamente debo estar obsesionado. Y, creedme, quisiera no estarlo. No me gustan las obsesiones, ni perder el control de mis propios actos.
Y, quizás, debería cambiar el verbo del principio. Es algo más carnal que amando. Sí. Más bien, deseando. Sea como sea y, a pesar de mis intenciones, la obsesión está ahí. No puedo ignorarla. Y me da un poco de vergüenza, no os creais lo contrario. Darse cuenta de la propia debilidad es jodido. Realmente jodido, sí.
Pero, en fin, qué se le va a hacer. Me conozco, y se que, probablemente, seguiré mucho tiempo con esta desazón sin remedio.
En fin, siempre me quedarán las mujeres que pueblan mis sueños. Pero son tantas y, en la realidad, tan difusas... (1)
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