miércoles, 17 de diciembre de 2008

BUENAS NOCHES, SANDRA

A la espera de nuevos acontecimientos en la "leprosería",una nueva y, seguro, insuficiente, incursión en el relato breve. Espero, no obstante, que os guste.





A Raymond Carver






Estacionamos nuestras sillas de ruedas a la salida del ascensor. Suficientemente separadas de la puerta. No vayamos a “estorbar”. Hablamos de “lo divino y lo humano”. Solucionamos todos los grandes problemas del mundo. Mi amigo dice que es partidario de la “mano dura”. “No digo la pena de muerte, no, pero sí la cadena perpetua”. Yo, me callo por esta vez. No me gusta discutir, y menos con mi mejor amigo aquí. En broma, le llamo “Terminator”, y me callo, sonriendo para mis adentros, al imaginarme a semejante “Schwarzenegger” en silla de ruedas. Sería complicado explicar que, desde que vi “Furia”, de Fritz Lang, me asusta “saltarme” la presunción de inocencia, y la pena de muerte me parece inadmisible. Pero me callo. Amago con iniciar, con gran energía y determinación mi argumentario “abolicionista”, pero percibo los rostros cansados de mis interlocutores (y también mi propio cansancio-noto cómo, contra mi voluntad, los párpados me pesan tanto que los ojos se me van cerrando-). Abro la boca. Intento reprimir ese bostezo, pero no puedo.
Sandra sale del ascensor. Es una chica alta y delgada. Se desplaza lentamente, apoyándose en su bastón. Nadie sabe lo que le pasó. Ella tampoco. Habla poco. Como todos los parcos en palabras, me cae bien. Dicen menos tonterías, y te ahorran dolores de cabeza. Últimamente se ha empezado a reír. Con frecuencia. Me gusta ser amable con ella. Me inspira una enorme ternura. Le digo: “Buenas noches, Sandra”. Me responde, dubitativa: “Ti, buenas noches, Sandra”. Tiene los ojos grandes, Sandra. Y permanentemente asombrados. Parece una buena persona. Con sus limitadas posibilidades, intenta siempre ayudar a los demás. A su vecino Tino, por ejemplo. Con su paso vacilante y su permanente sonrisa, empuja la silla de Tino. No se entera de nada, el pobre Tino. Vive en su mundo. A veces inicia un discurso ininteligible que conduce a ninguna parte. Tiene un rostro inocente y bondadoso, Tino. El otro día lo sentaron en una silla normal, sin arnés, y se pegó un tremendo trompazo. A los dos días volvieron a hacerlo y se rompió la cadera. Dos semanas de hospital y ya está de vuelta. La casa no sería lo mismo sin él. A los pocos días, Sandra empuja otra vez la silla de Tino por la planta baja. Entran en el ascensor. Suben. Mientras, se ha formado una repentina “cola” de sillas de ruedas a la puerta del ascensor. Lo menos, cuatro o cinco. Los inválidos empiezan a dar muestras de impaciencia. La luz no se apaga. El ascensor debe estar quieto en el primer piso. De pronto se enciende el indicativo de que desciende. Los inválidos se miran aliviados, como diciendo “era hora”. Por fin, la puerta se abre. Sandra y Tino siguen en el ascensor. Sandra se ríe. Vuelve a pulsar el botón para subir. Los inválidos intercambian sonrisas cómplices, pero algunos no ocultan su impaciencia. Se repite el mismo proceso anterior. El ascensor sube. Pero vuelve a demorarse en el piso de arriba. Más tiempo si cabe. Ahora algún inválido más impaciente se ha acercado y pulsado el interruptor de llamada del bajo. El ascensor vuelve a bajar. Más miradas aliviadas. Las puertas se abren. Ahora es Tino el que está sólo en el ascensor, agarrado con todas sus fuerzas a la barandilla del fondo. Alguien llama al conserje, para “desatascar” el embrollo. De alguna manera, lo hacen. Los inválidos circulan con cierta fluidez hacia el piso de arriba. Yo soy el último en subir. Y al llegar arriba me encuentro con Sandra, recostada contra la pared, que me dice, con el rostro ilusionado de quien ha hecho un gran descubrimiento: “Buenas noches, Sandra”, mientras su risa, fresca, se expande por todo el pasillo.

4 comentarios:

Sirena Varada dijo...

Un delicado relato que me recuerda que las sonrisas cómplices y la risa fresca deberían ser patrimonio de la humanidad.

Dices al principio de la entrada que esperas que el relato guste: a mí me ha encantado.

Un beso

koolauleproso dijo...

Gracias,Sirena : es que estoy leyendo ultimamente a Raymond Carver y, claro, mis pobres cuentecillos palidecen ante los del genio.

un beso, querida amiga.

nuria dijo...

lo mejor es no hacer comparaciones, koolau, ya sabes que son odiosas!pero esta vez haré una excepción: yo prefiero a koolau que a Carver;)
me encanta la literatura de la vida cotidiana.
temas aparte,buena jugada ;)!!
que gusto sentir esa unión sin apenas decir nada, eh?
besotes

koolauleproso dijo...

A que a ti, precisamente, te "suenan de algo" esa Sandra y ese Tino.
Y no, qué más quisiera yo que el aprendiz de escritor Koolau, ls pudiese llegar en algún momento a la suela de los zapatos al maestro Carver. Si Koolau le dedica este cuento es por que Carver, habitualmente, habla del mundo que mejor conoce, el de las clínicas de alcohólicos, y Koolau se inspira en las residencias de inválidos pues, al fin y al cabo, vive en una.

besos