
Bueno, un descanso a los retratos de la “leprosería”, y a otras obsesiones menos confesables, de las que he decidido, por el bienestar de mi propia salud mental, intentar olvidarme.
Pretendo retomar el propósito inicial de este blog, un rincón destinado a publicar mis "pobres" y, soy consciente, insuficientes "coqueteos" literarios.
Estoy fumando mientras conduzco, contraviniendo todas las normas de la Dirección General de Tráfico. A mi lado ella, tan deseable como siempre, me susurra con su voz grave: “Pásamelo”, y su mirada implorante me desarma, como siempre. Como siempre sus deseos son órdenes para mí. Soy un cobarde, y no le puedo negar nada a esta mujer. Me aterrorizaría perderla. Morena, pelo corto, su belleza es arrasadora. Duele mirarla, de tan resplandeciente. Como un esclavo siempre complazco hasta sus más mínimos deseos. Pienso que me importa un bledo la DGS, y sus “pesadísimas” recomendaciones. Me siento transgresor por un momento, y conduzco, por un breve instante, con una mano mientras con la otra deposito suavemente el cigarrillo entre sus labios entreabiertos. Por el rabillo del ojo, percibo su gesto de placer al realizar la primera y lenta calada. “La deseo como nunca he deseado a nadie”, me digo. Con cada mujer que ha pasado por mi vida me he repetido esta hipérbole, tan falsa, como cierta para ese mismo momento.
El coche se desplaza a moderada velocidad por una ciudad de piedras “venerables” que a mi me parece, ¿Estambul?
La Santa Sofía que contemplo a la otra orilla del Bósforo es inmensa y reluciente. Sin embargo, al acercarme, parece gris y triste, como si, de repente, la hubiese cubierto una pátina de suciedad.
El propio Bósforo, hace unos instantes tan luminoso, se ha cubierto por una densa capa de nubes. Incluso parece amenazar lluvia, y el ambiente se ha tornado denso, irrespirable.
De pronto, suena un trueno y afuera el aguacero repica como un tambor a rebato. Me acurruco entre las sábanas frías abrazando el fantasma de su cuerpo que tirita, no se si de miedo o de frío, pero es cálido y suave, y huele bien, a perfume de mujer.
Retumba otro trueno, y me despierto, sudoroso y agitado. Y, como me temía, ni rastro de la hermosa morena de pelo corto, que ha vuelto a desaparecer, como por ensalmo. Mierda de vida...