EL MUNDO EN SOMBRAS DE LA DULCE SONIA
Hace poco llegó a la “leprosería” Sonia. Es una chica alta y delgada, y tiene una peculiaridad: camina, si bien ayudándose de un bastón. No es un caso único aquí (recordemos a Ramonín, el “peripatético” que ya retraté hace mucho -27 de marzo de 2008, concretamente-).
Sonia tiene otra peculiaridad bastante más desgraciada: ha perdido, por razones que no es capaz de explicar, completamente la memoria. Esto incluye la capacidad de hablar. Se comunica por gestos y onomatopeyas. A mi me esta chica callada me inspira una enorme ternura. Intuye que tuvo un hijo (y se refiere a él, haciendo el gesto de acunar un bebé en brazos, poniendo una cara que “te parte el corazón”, pero no es capaz de verbalizarlo). En realidad, creo que tiene un hijo, un niño de 10 años, más o menos, que ha venido alguna vez a verla acompañado de quien parece su padre, pero Sonia no es capaz de recordar “a ciencia cierta” la relación que le une con ellos, porque el mundo de Sonia (privada de recuerdos) se reduce a sentimientos, sensaciones, donde lo “físico” (entendido en un sentido amplio) prima sobre lo intelectual (Sonia agradece mucho más una sonrisa o una mirada cómplice que cualquier discurso, por elogioso que pueda parecer).
Conocéis lo que detesto las palabras vacuas, los discursos sin sentido. Comprenderéis entonces la simpatía que le tengo a esta mujer privada de memoria. Lo que la compadezco (¿o no?), porque se, por experiencia propia, que siempre hay cosas que es mejor no recordar.
Pero, a pesar de sus enormes dificultades, Sonia intenta desesperadamente integrarse en este grupo de “inválidos”. Siempre intenta prodigar sonrisas o el “esbozo” de un saludo cómplice.
El día que sea capaz de hablar (que no dudo llegará, al fin y al cabo yo mismo pasé por un proceso parecido, y aquí me tienen) no dudo que nos deparará grandes sorpresas.
Mientras tanto, ahí la tenemos, deambulando lentamente, apoyada en su bastón, con su pelo corto ya encanecido (quizás prematuramente -hay que tener en cuenta que ignora su propia edad-) y con sus enormes y permanentemente asombrados ojos grises, esgrimiendo su perenne sonrisa, que implica una cierta melancolía.
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