
LA VIDA EXAGERADA DE JESÚS MANUEL
Jesús, vamos no tanto él como su aspecto bonachón, me tenían bastante engañado. Descubrí muchas cosas cuando me decidí a preguntarle por su vida que, no se por qué me parecía anodina y de menor interés: nada más lejos de la realidad, pues Jesús, o Manuel, como le conoce Vicky, nuestra fisioterapeuta, posee una biografía digna de una novela del siglo XIX, de esas en que se suceden a lo largo de cientos de páginas los acontecimientos más melodramáticos que imaginarse pueda.
Veamos: Jesús se instaló en México (donde tenía familia, unos tíos o algo así), tierra de excesos por antonomasia. Se había casado con una antigua monja a la que, poco menos que raptó del convento (encima me casé con la más fea, me dice con una medio sonrisa, pues había salido también con su hermana, según me cuenta). Su matrimonio duró 15 años, los que tardó en desarrollársele la cruel esclerosis, que dejó reducido a este próspero propietario de una cadena de pequeños supermercados a un inválido (bueno, o discapacitado o como se quiera); Como es frecuente en estos casos, la enfermedad, en su caso, o el accidente, en otros, acabó con su matrimonio. Si bien simultáneamente otra gran desgracia se cernió sobre su cabeza: su hijo falleció en un accidente de coche (aunque Jesús tiene otra hija, que en la actualidad cuenta 23 años, según me dice).
El mundo se le cayó encima a Jesús, que antes de emigrar a México había sido taxista en Pravia (pequeña villa del centro-occidente asturiano, próxima a Avilés): “Recorrí media Europa y casi toda España”, me cuenta con una cierta amargura, inusual en él, “y ya ves en qué he acabado”, añade casi con cierto resentimiento hacia una vida que no le ha tratado nada bien.
Un mal día, advirtió que se le habían “dormido” los dedos de una mano. Al día siguiente los de la otra. Como no reaccionaban, visitó al médico, que inicialmente no detectó nada extraño. Pero como los problemas seguían, tras una resonancia magnética se pudo confirmar el origen de esta alteración: se le estaba desarrollado la temible esclerosis múltiple (ya hablé de ella en el retrato de Juan). A diferencia de Juan, a Jesús le ha afectado gravemente su capacidad para hablar (disartria, creo que se llama) por lo que es “cliente” del servicio de logopedia aquí.
Jesús tiene siempre la sonrisa dibujada en la cara y no le gusta dramatizar. Creo que si leyese este modesto retrato, se encogería de hombros, y sonriendo irónicamente, pues detesta exagerar, diría con el acento mexicano que le carazteriza "y que le vamos a hacer", abriendo los brazos, encogiéndose de hombros y mostrando ese punto de malicia socarrona que le caracteriza.