El
sábado se cumplieron seis meses de la muerte de mi madre. Me lo recordó mi
padre compungido ayer. Y no sé por qué se me vino a la mente un juego de
palabras que ella me repetía entre efluvios del chocolate a la taza (marca “La
Herminia”) que me traía los domingos a la cama. Con su sonrisa pícara me decía
“Despierta Rodo, que es Domingo zaparapingo pingo mortero”.
A
mi ese juego de palabras me intrigaba, ¿quién sería ese “zaparapingo”? y ¿qué
tendría que ver con un mortero pingo, significase lo que significase eso? No sé
por qué lo imaginaba como un soldadito de plomo, desfilando por las calles de
la ciudad.
La
tarde anterior, invariablemente, yo había observado cómo desmenuzaba en virutas
la dura tableta de chocolate negro (siempre me las arreglaba para llevarme
alguna a la boca, me encantaba que su dulzor tuviese un contraste levemente
amargo; y mamá iluminaba con su sonrisa la cocina y hacía como que no se
percataba de mi sisa, reafirmando nuestra inquebrantable complicidad).
Ha
sido medio año sin parrochas fritas los domingos. Sin su sonrisa. Sin su calor.
Sin nuestros cotilleos.
Ya
no habrá más “Domingos zaparapingos” y saberlo me produce un enorme dolor.
2 comentarios:
Gracias a ese dulce chocolate que tomabas de la mano de tu dulce madre, tú eres un hombre tan dulce.
pues entonces estas encargado de construir y revivir esos domingos zaparapingos en su honor.tu madre estaria encantada:).muaaaaak
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