jueves, 1 de noviembre de 2012

IMPOSTORES: EL CASO ARMSTRONG


La verdad, la mentira, la obsesión por el triunfo; la derrota, el vértigo. Y la “nueva carne”. La superación por medios artificiales de las potencialidades físicas del propio cuerpo. Al final, la derrota inevitable. El “súper-hombre” que no era tal. La mentira descubierta.

En este escueto guion se resume la peripecia vital de Lance Armstrong,  el único hombre capaz de ganar 7 Tours consecutivos. Una hazaña que, por sobrehumana, parecía imposible. Y que lo acabó resultando ser (imposible). Porque todo era mentira. Y mi madre, gran aficionada al ciclismo “de sillón” (el que se practica viendo el espectáculo por televisión) tenía razón cuando decía que el “americanón esi, va chutau hasta les narices, no lo veis”. A lo que yo, crédulo idiota, contestaba con el poco creíble argumento de que el fortísimo tratamiento para superar su cáncer era lo que, a lo mejor, le estaba ayudando; nada de trampas intencionadas.

Y, sin embargo, ahora se descubre que todo era mentira. Que tenemos que cambiar a Lance Armstrong de panteón: trasladarlo del de los grandes deportistas de la Historia al de los grandes tramposos, de estrella del deporte a estrella de la impostura. A mi, que quizás por influencia materna, nunca lo soporté como arrogante campeón deportivo, sí me interesa como falsario (aunque su impostura resultó no ser perfecta, pues se ha acabado por descubrir -“Se pilla primero a un mentiroso que a un cojo” me sermoneaba desde que tengo recuerdo, precisamente mi madre-) que por toda su aparentemente brillante carrera deportiva que, al final, resultó ser un fraude.

Porque la aparentemente brillantísima carrera deportiva de Armstrong devino en una gigantesca mentira. En un fraude perfectamente orquestado y sistemáticamente preparado. Apoyado en especialistas médicos de primera línea, el “campeón” tejano se internó en el mundo de David Cronenberg, se dispuso a construirse un nuevo cuerpo, el de un super-hombre. Como Jeff Goldblum,  el atormentado protagonista de “La mosca”, como Jeremy Irons, el enloquecido cirujano doble de “Inseparables”, como tantos héroes Cronenbergianos,  Armstrong jugaba en la delicada frontera entre lo humano y lo artificial, entre lo fingido y lo verdadero, y, como buen tramposo, jugaba en su propio beneficio, faltaría más. Armstrong, el gran falaz; Armstrong, el hipertramposo; Decadencia y caída de Lance Armstrong.

Así que mejor compararle con los grandes impostores de la Historia, con todos aquellos falsarios que han sabido construirse un personaje tras el que poder esconder las limitaciones con las que todos los seres humanos tenemos que cargar.  

Como Enric Marco (que se hizo pasar por una víctima del Holocausto, y fue, incluso, Presidente de la Asociación de damnificados, sin haber pisado Mathausen, si no el más pequeño campo de Flossemburg, y no como víctima, si no como trabajador voluntario en el marco de un acuerdo de cooperación entre la Alemania Nazi y la España franquista (1); como Víctor Lustig (que estuvo a punto de venderle la Torre Eiffel a unos incautos inversores para, según él, poder convertirla en chatarra); como Frank Abnagale (que llegó a cambiar 8 veces de identidad, para poder desarrollar una “brillante” carrera de estafador y falsificador de cheques (2)); como el dúo musical Milli Vanilli, que llegó a obtener el Grammy a artista revelación de 1990 y vendido millones de copias, sin que sus componentes cantasen una sola estrofa (sólo prestaban su imagen mientras hacían “play-back”) a los verdaderos cantantes; como Ferdinand Demarra, aplicadísimo impostor que, en 1941, en plena II guerra mundial, y sirviendo en la marina de Estados Unidos se “travistió” sucesivamente de ingeniero civil, sheriff, guardia de prisiones, monje, investigador del cáncer y maestro, para acabar haciéndose pasar por cirujano en la guerra de Corea (3);  y como Jean-Claude Romand, uno de los impostores más fascinantes de la Historia, que acabó viéndose obligado a asesinar a su propia familia, cuando se descubrió que toda su vida era una mentira (4).

(1).- relatado en el fascinante documental “Ich bin Enric Marco”, de Santiago Fillol y Lucas Vermal, 2009

(2).- su vida dio pie al celebrado largometraje de Steven Spielberg “Atrápame si puedes”, protagonizada por Leonardo di Caprio y Tom Hanks.

(3).- que también dio origen a un film, “El gran impostor”, Robert Mulligan, protagonizada por Tony Curtis en 1961.

(4).- Tan fascinante argumento ha estado, al menos, en el origen de dos películas: la francesa  “El adversario”, Nicole García (2002) protagonizada Daniel Auteil, y la española “La vida de nadie” (también, 2002), del interesante Eduard Cortés, protagonizada por José Coronado.  

3 comentarios:

Mari Carmen dijo...

Estoy de acuerdo contigo en lo de las estafas y las mentiras. No es por justificar ni a Amstrong ni ninguno de los casos que señalas, pero no me gusta convertir, ni siquiera a los tramposos y mentirosos, en chivos expiatorios de nada. Más bien me interesa preguntarme cuál es la causa para que un tipo se invente una vida como el caso que comentas de Enric Marco o Claude Romand, o por qué alguien como Amstrong que ha tenido muy de cerca el dolor y, probablemente, la muerte no se transforme en alguien mejor y se haga simplemente un tramposo. No entiendo la competitividad ni en el deporte ni en ningún aspecto de la vida, sencillamente, me parece absurda. Para mí no tiene tampoco ningún valor el que gana 'limpiamente'. Como dice Rafael Sánchez Ferlosio: "...tanto ganar, ganar, aquí no hemos venido ha ganar sino a ocuparnos de las cosas"

koolauleproso dijo...

Tanpoco a mi me interesa para nada el deporte. Pero sí la mentira. Y no en un sentido "moral", si no en uno, digamos, "artístico". La persecución de lo "fingido-verdadero" que ha sido la esencia de todas las manifestaciones artísticas de la humanidad. Desde ese punto de vista todos los grandes tramposos me parecen, en el fondo, admirables. Digamos que desde que se descubrió su trampa me hice el admirador de Armstrong que antes no era en absoluto.

Mari Carmen dijo...

Como bien dices el fingidor es un artista. De hecho, una de las funciones de toda obra de arte es hacer veraz algo que por convención sabemos que es falso.