
Habíamos quedado a “tomar algo por ahí”. Acabamos en un bar, viendo la final de la Copa de Europa. Atiborrado el local. De forofos vociferantes. Con camisetas Blau granas, la mayoría.
Su pierna rozaba la mía. Qué agradable sensación. Siempre el simple roce de su piel lo es. Yo me evadía de los gritos de la energúmena forofada, imaginando a su lengua saliendo y entrando de mi boca, paseándose por las encías y los labios, rodeando la mía, tropezando (divina torpeza) con mis dientes..., recuperando el sabor dulcísimo de esos labios que ya conocí, si bien demasiado fugazmente, lamiendo, chupando, mordisqueando....
Y ella, cual bella odalisca, se acomodaba sobre mi polla, yo recostado sobre cojines y gigantescos almohadones, y me decía que me quería, que era el hombre de su vida, que me deseaba como nunca había deseado a nadie, que se entregaba a mí e, incluso, que ahí tenía sus pies, las uñas pintadas de un rojo intenso, para hacer con ellos lo que quisiese.
Y protagonizábamos nuestra particular “pasión turca” (Ah!...mi querido Estambul de los sueños recurrentes), y ella era la más sensual de las esclavas otomanas (algo escasa de curvas, pero odalisca al fin y al cabo) y yo un galán turco moreno y arrebatador; y ella me amaba, y yo la deseaba, y nos amábamos y el universo mundo se rendía a nuestros pies. ¡Qué felicidad!
Pero yo volvía en mí de mi sueño, o lo que fuese, y nada de eso había pasado en realidad (sólo la extrema alegría de los forofos del Barça, entre los que se cuenta aunque, supersticiosa como es, no lo quiera reconocer, mi madre).
Yo, que soy del Atlético de Madrid, hubiese preferido que el majestuoso Barcelona no fuese campeón de Europa y mi sueño se hubiese hecho realidad.
Lástima pero, como veis, mi "enfermedad" dista mucho de mejorar.