
Algo muy bueno ha sucedido en mi vida en los meses que llevo viviendo aquí, en la “leprosería”. Como si los caprichosos dioses hubiesen querido satisfacer mis menos confesables deseos, me han concedido (sin pedirlo siquiera) un sueño que todavía me cuesta aceptar que sea realidad: vivir rodeado, cuidado, atendido por mujeres. Conocéis (ver mi entrada “autobiográfica” “Filias y fobias de un leproso” –fechada el 29 de julio de 2007- mi devoción al género femenino).
Pues bien, aquí, en la “leprosería”, la casi totalidad del personal empleado son mujeres (habrá, no obstante, que mencionar al cocinero Benito y al portero de la tarde, Luis, y al sustituto de este, mientras duran sus vacaciones, Valentín y al joven fisioterapeuta Álvaro).
Y como si, un demiurgo travieso hubiese leído aquella entrada, las hay altas, bajas, jóvenes, mayores, gordas, flacas…, pero, sobre todo, son mujeres.
Yo, lo sabéis, me siento particularmente a gusto rodeado del género femenino, por lo que esta situación me llena de alegría: el desgarbado deambular de la jovencísima y siempre amable Lucía, la belleza “rubensiana” de la rubita Estela, la belleza espectacular de la “portera de la mañana” Raquel (cuando como cada mañana me devuelve mi saludo con una sonrisa, yo me derrito; "menudo monumento", me dijo el otro día Juan, cuando nos la cruzamos al salir del ascensor, y yo no pude estar más de acuerdo ante esa verdad incontestable), la simpatía de la robusta Tere, que me maneja como a una pluma, la alegría de Luisa o la peliroja Isabel, el trato siempre campechano de la supervisora Chus, la amabilidad de la pequeña Mónica, la bondad de Carmen, que sabe complementar también con una fina capacidad de ironía, siempre preocupándose de los que menos se valen; la inteligencia de Begoña, siempre escéptica y bromista, y, por encima de todas siempre mi “paz en guerra” (1), tan pequeñita y menuda multiplicándose en nuestra ayuda; y Nuria , (que se me había olvidado) una psicóloga rubita y menuda que nos hace las largas tardes más agradables, a la vez que mantiene nuestros cerebros siempre alerta (porque aquí, tendemos a acomodarnos, y "dejarnos ir"). Y Loli, "gobernanta" del comedor y encargada de la lavandería. Y Feli (que tiene un curioso parecido con la televisiva "Aida") y Pepa, las limpiadoras; y Vicki, mi joven y guapa fisioterapeuta.
Me cuesta, creedme, imaginar mi vida sin ellas. No se cómo he podido pasarme 42 años sin disfrutar de sus atenciones. En apenas un semestre han conseguido que no eche demasiado de menos a mi querida madre, ni a mi vida anterior, en casa de mis padres, en donde no obstante, sigo pasando fines de semana alternos, con mucho gusto pues continúo echando de menos a esa pareja de ancianos adorables.
(1).- Ver la entrada “Paz en guerra”, fechada el 24 de mayo
Yo, lo sabéis, me siento particularmente a gusto rodeado del género femenino, por lo que esta situación me llena de alegría: el desgarbado deambular de la jovencísima y siempre amable Lucía, la belleza “rubensiana” de la rubita Estela, la belleza espectacular de la “portera de la mañana” Raquel (cuando como cada mañana me devuelve mi saludo con una sonrisa, yo me derrito; "menudo monumento", me dijo el otro día Juan, cuando nos la cruzamos al salir del ascensor, y yo no pude estar más de acuerdo ante esa verdad incontestable), la simpatía de la robusta Tere, que me maneja como a una pluma, la alegría de Luisa o la peliroja Isabel, el trato siempre campechano de la supervisora Chus, la amabilidad de la pequeña Mónica, la bondad de Carmen, que sabe complementar también con una fina capacidad de ironía, siempre preocupándose de los que menos se valen; la inteligencia de Begoña, siempre escéptica y bromista, y, por encima de todas siempre mi “paz en guerra” (1), tan pequeñita y menuda multiplicándose en nuestra ayuda; y Nuria , (que se me había olvidado) una psicóloga rubita y menuda que nos hace las largas tardes más agradables, a la vez que mantiene nuestros cerebros siempre alerta (porque aquí, tendemos a acomodarnos, y "dejarnos ir"). Y Loli, "gobernanta" del comedor y encargada de la lavandería. Y Feli (que tiene un curioso parecido con la televisiva "Aida") y Pepa, las limpiadoras; y Vicki, mi joven y guapa fisioterapeuta.
Me cuesta, creedme, imaginar mi vida sin ellas. No se cómo he podido pasarme 42 años sin disfrutar de sus atenciones. En apenas un semestre han conseguido que no eche demasiado de menos a mi querida madre, ni a mi vida anterior, en casa de mis padres, en donde no obstante, sigo pasando fines de semana alternos, con mucho gusto pues continúo echando de menos a esa pareja de ancianos adorables.
(1).- Ver la entrada “Paz en guerra”, fechada el 24 de mayo