Le comentan al paralítico que "Y" llega al gimnasio hacia la 1 y media. Baja a la 1 y 25, y comienza a remolonear frente al tablón donde se anuncian las comidas, haciéndose el encontradizo. Mientras intercambia comentarios insustanciales con dos compañeros, ella llega (el “soplo” era exacto). Con decisión unos labios rojísimos, se estampan en el rostro del inválido (que, por un instante mínimo, tiene la sensación que se dirigen directos a su boca –o es que lo confunde con sus deseos, el paralítico no sabe-, pero de todas maneras se siente naufragar en la cálida marea bermellón de los labios que más desea). "Y" balbucea una innecesaria excusa, “ya se que me llamaste, pero había ido a la cuenca…” que el paralítico, esa maldita sordera..., no acaba de entender, pero le conviene aceptar. Acto seguido, ella mira el reloj, y con un “me tengo que ir, que V me espera” se despide mientras el paralítico, con una incipiente erección, se dirige, sin hambre, pero con la cabeza llena de renovadas ilusiones y proyectos quizás disparatados, hacia el comedor.
Crítica | El señor de los anillos: La guerra de los rohirrim
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|| Críticas | Streaming | ★★★☆☆
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Hace 7 horas