
Es nochebuena, la jodida nochebuena. Cenamos marisco y cordero. No me gustan ni el marisco ni el cordero. En cima villancicos. Alegría forzosa. Me refugio en el cava. Circula generosamente. Un día es un día.
Dos copas de cava y ya estoy “achispado”, lo que es la falta de costumbre. En el salón de la residencia suena al inevitable en estas fechas, Raphael, atacando otra vez “El Tamborilero”. Me saca de cualquier duda. Me voy arriba.
En mi habitación, al menos, hay silencio. Tras echar un vistazo a mi correo, me ayudan a acostarme. Por pura inercia, desde la cama enciendo la tele. Busco mi cadena favorita, la 2. Están echando “Gremlins”. La vi cuando se estrenó, hace muchos años. Quizás demasiados. De todo hace demasiado tiempo ya. Me siguen resultando simpáticos esos “Gremlins” “malos”, tan “políticamente incorrectos”, tan dionisiacos. Pero estoy cansado. Como casi todos los días me dejo llevar, y me duermo con la televisión encendida, me quedo “traspuesto”. Al rato, no se por qué, comienzo a despertarme. Una voz conocida me arrulla desde la televisión. Una voz grave. Un anciano de cabello ceniciento, bellas arrugas en su rostro cansado, indumentaria sobria en tonos grises y negros, entona “Everybody knows” y la habitación se tiñe de melancolía. Y todo el mundo sabe que, en el fondo, no sabe, nadie puede saber; Y Suzanne, esa mujer medio loca que deambula al lado de un río de curso incierto. Y esa desesperanzada “Aleluya” colmada de sabio escepticismo. Siempre me gustó Leonard Cohen. Ese viejo y sabio “rabino” canadiense de voz susurrante. Lo asocio con antros llenos de humo, donde se fuma profusamente, y los perdedores de siempre trasegamos nuestra ración diaria de alcohol.
Leonard no es quizás lo más adecuado para “levantar el ánimo”, pero en estas horribles fechas dominadas por el mal gusto y la alegría obligatoria, no viene mal un poco de poesía inteligente y buena música. Seré un “bicho raro” pero a mi, despertarme en la madrugada de navidad con sus canciones tristes me reconfortó.
Dos copas de cava y ya estoy “achispado”, lo que es la falta de costumbre. En el salón de la residencia suena al inevitable en estas fechas, Raphael, atacando otra vez “El Tamborilero”. Me saca de cualquier duda. Me voy arriba.
En mi habitación, al menos, hay silencio. Tras echar un vistazo a mi correo, me ayudan a acostarme. Por pura inercia, desde la cama enciendo la tele. Busco mi cadena favorita, la 2. Están echando “Gremlins”. La vi cuando se estrenó, hace muchos años. Quizás demasiados. De todo hace demasiado tiempo ya. Me siguen resultando simpáticos esos “Gremlins” “malos”, tan “políticamente incorrectos”, tan dionisiacos. Pero estoy cansado. Como casi todos los días me dejo llevar, y me duermo con la televisión encendida, me quedo “traspuesto”. Al rato, no se por qué, comienzo a despertarme. Una voz conocida me arrulla desde la televisión. Una voz grave. Un anciano de cabello ceniciento, bellas arrugas en su rostro cansado, indumentaria sobria en tonos grises y negros, entona “Everybody knows” y la habitación se tiñe de melancolía. Y todo el mundo sabe que, en el fondo, no sabe, nadie puede saber; Y Suzanne, esa mujer medio loca que deambula al lado de un río de curso incierto. Y esa desesperanzada “Aleluya” colmada de sabio escepticismo. Siempre me gustó Leonard Cohen. Ese viejo y sabio “rabino” canadiense de voz susurrante. Lo asocio con antros llenos de humo, donde se fuma profusamente, y los perdedores de siempre trasegamos nuestra ración diaria de alcohol.
Leonard no es quizás lo más adecuado para “levantar el ánimo”, pero en estas horribles fechas dominadas por el mal gusto y la alegría obligatoria, no viene mal un poco de poesía inteligente y buena música. Seré un “bicho raro” pero a mi, despertarme en la madrugada de navidad con sus canciones tristes me reconfortó.
Yo soy así.