
La nueva película del que yo (y muchos más, creo) considero el último gran maestro vivo del arte cinematográfico, el gran Clint Eastwood, transmite una evidente, y descorazonadora, sensación de despedida, de punto final.
Es, por ello, un film amargo, seco como un puñetazo en la boca del estómago.
Y, a la vez, una película que admite múltiples lecturas, compasiva, humorística, poliédrica y genial.
Eastwood da vida, en la que anuncia será su última aparición delante de las cámaras, a Walt Kowalski, un jubilado de la factoría Ford, achacoso, decrépito, viudo recientísimo (la película se inicia, precisamente con el funeral de su mujer-Y también, en simetría perfecta se cerrará con otro funeral-) cascarrabias hasta la caricatura y enfrentado a su familia compuesta por hijos y nietos egoístas y ridículos, a los que ya no comprende ni le entienden.
En cierta medida Walt Kowalski puede llegar a parecernos un Harry Callaghan viejo y que ha tomado consciencia de sí mismo (no son excluibles las intenciones paródicas que Clint muestra hacia el personaje creado por su maestro Don Siegel, y con el que cimentó buena parte de su popularidad).
Como en la genial “Million Dollar Baby” (el propio Clint Eastwood, 2004), el protagonista, harto de la mediocridad de su familia “adopta” a un discípulo al que le unen lazos que acaban por ser más fuertes que los de la sangre. Los lazos de la fortísima, indestructible afinidad entre maestro y discípulo, que sirve de “sustitutivo” a la frustrante relación con los de “su sangre”: La familia, por si no nos había quedado claro, es la que cada uno acaba eligiendo, aunque la compongan individuos de otra raza y cultura (una muestra más del insobornable individualismo del viejo Clint).
La película tiene, repito, aroma de despedida, y, sabemos, porque él mismo lo ha repetido hasta la saciedad, que, al menos, en su faceta de intérprete, lo es con toda seguridad: nunca volveremos a ver su figura alta y desgarbada dominando el plano como sólo él sabe hacerlo. A sus fieles seguidores nos queda, no obstante, la esperanza de que su mano maestra siga deleitándonos tras la cámara y, parece, que eso sí lo seguirá haciendo con un “biopic” sobre la vida de Nelson Mandela, protagonizado por su “compañero de fatigas” en estos últimos años, Morgan Freeman. Desde luego, si alcanza la calidad de su anterior incursión en tan “vidrioso” género como fue con la biografía de su admirado Charlie Parker (Bird, 1988) nos deleitará como sólo la mano maestra de Eastwood sabe hacerlo, aprovechando para convertir lo que, en otras manos no sería más que un telefilm de fin de semana, en una gloriosa incursión, en aquel caso, en las entrañas mismas del arte.
Todavía no la ha empezado, y yo ya estoy deseando verla, aunque sin su presencia imponente en la pantalla, no será lo mismo.
Pero bueno, “Mystic river”, "Medianoche en el jardín del bien y del mal", “Banderas de nuestros padres”, “Cartas de Iwo-Jima”, la recientísima "El intercambio", la propia “Bird” son obras maestras, y tampoco cuentan con su prodigiosa labor interpretativa. Clint Eastwood limitándose sólo a dirigir puede darnos aún, a pesar de su edad, algunas alegrías.
Y si no, “Gran Torino” sería, desde luego, el broche de oro a una trayectoria inigualable y magistral.