viernes, 21 de marzo de 2008

MELANCOLÍA

Pip, pip, pip, piip. Son las ocho de la mañana, las siete en Canarias. Como cada mañana la voz de Francino se derrama por la habitación desde el transistor que está a mi lado
Y me levanto y me voy al gimnasio como cada mañana
Y Silvia, mi rubia y pizpireta fisioterapeuta de ojos azulísimos, que ya se echa sobre mis piernas para facilitarme la correcta realización de los cien abdominales de rigor, divididos en cuatro series de veinticinco: 1...,2...,3...,4..., 5..., al 18 empiezo a notar que me quedo sin aire, y el temor al fracaso se instala en mi mente, al 20 me animo, total pa cinco que quedan, no vas a poder con ellas, vamos hombre, 24..., y 25, lo conseguí como casi siempre, no se por que me preocupo
Ahora la rubísima Silvia se va a realizar otros quehaceres por el gimnasio, y yo me quedo tumbado en la mesa recuperándome del esfuerzo, escuchando en el hilo musical ominosas cancioncillas de moda, contando mentalmente hasta 300, que ya he calculado equivale al tiempo exacto que me dejará descansar hasta empezar la segunda serie. Y así todas las mañanas, todos los días.
Y desde allí saludo a la los clientes que llegan retrasados: a la simpática viejecita que siempre se preocupa por mi salud; a la voluptuosa joven, como me gusta cuando se quita la sudadera, y deja más libre su gloriosa anatomía, que ¡Oh, fatalidad!, parece ignorar que existo; al rebelde y venerable anciano, aquejado de mil achaques, que hace gala de un escepticismo tan sano, como quebrantada parece su salud; a la señora mayor todavía de buen ver que me guiña un ojo, cómplice; al despistado que se ha olvidado apagar el cigarro, y entra buscando un cenicero inexistente; a la alegre pareja joven que lo hacen todo juntos, y que juntos parecen haber compartido un accidente de tráfico, o algo así
Y ya vuelve Silvia, justo cuando voy por 299, milagrosa precisión la suya, y otra vez a empezar con los dichosos abdominales; se acabaron las ensoñaciones por hoy.
Y ya estoy saliendo del gimnasio, la distancia hasta mi casa es escasa, apenas cruzar la calle; y ya he desarmado la silla, que si no, no cabe en el ascensor; y ya mi padre, abnegado escudero para todo, me insta a levantarme, que si no, no cabemos. Y a comer que grita mi madre, que no se lo que haces en la salita como un pánfilo, mira que horas
Y llega la tarde, y llega la noche, y pasan los días, monótonos, sin que ella se presente de repente, desafiando al mundo, y me diga, venga, vamos a recuperar el tiempo perdido, vamos solos tu y yo, que la vida es corta, y no me importan ni mi familia, ni tu familia, ni lo que digan unos, ni lo que digan otros, vamos solos, que la vida es corta y no la hemos disfrutado nada, vamononos, por dios, que no puedo vivir sin ti
Y ya me toca despertar otra vez, y otra vez volver al gimnasio, y otra vez la pizpireta Silvia, y otra vez los abdominales, y el ascensor, y mi madre, y la comida, y ella que no aparece ni aparecerá, y yo que noto que la vida se me va escapando, inasible, como agua deslizándose entre los dedos.

1 comentario:

koolauleproso dijo...

Anonymous said...

Me gustó siempre tu manera de escribir, incluso cuando no sabía quien eras.
Pero deseo con todo el corazón, leer y sonreir en tu espacio.
Piensa en un relato gracioso mientras Silvia te martiriza, te dolerá menos, ¡¡seguro!!
venga, 24, 25 ¡¡aaa pensar!!

quien tu sabes.

6:37 AM
Delete
Blogger pazzos said...

No me arrepiento de haber llegado tarde a clase. Así he podido librarme de tu acelerada lectura y disfrutar este relato con la calma que se merece.

Por cierto, Testigo de Cargo es de Billy Wilder, aunque bien podría ser de Alfrez Jichqoz.

4:42 PM
Delete
Blogger koolauleproso said...

Si, Manuel, ya caín en que "Testigo de cargo" es de Billy Wilder, pero como es una rareza en Wilder, la confundí con "Yo confieso", que quizás es la mayor rareza de Hitchcock. De todas maneras, me cubro la cabeza de ceniza, y me confieso entendido en nada e ignorante en todo