sábado, 16 de junio de 2012

NACIDO EL DIA DE LEOPOLD BLOOM

                             Leopold Bloom´s day en Dublin




Hoy cumplo 47 años. Sí, hoy, el día en que, supuestamente, Leopold Bloom, peregrinaba cual nuevo Ulises por las calles, bares y prostíbulos de Dublín, en la genial novela de James Joyce que, lo confieso, no he podido acabar, a pesar de haberlo intentado en varias ocasiones. ¡Qué vergüenza!

Pero la auténtica protagonista de Ulises de Joyce es Molly Bloom, esa Penélope que, en vez de esperar  a su Odiseo tejiendo y destejiendo la tela, reivindica su propia  y riquísima feminidad, tiene amantes, goza de una sexualidad libérrima, pero en su celebérrimo (y larguísimo) monologo interior con el que Joyce culmina su obra deja entrever que, aun así, con todas sus contradicciones y dudas, sus idas y venidas, se queda con Leopold (o, más exactamente, que aunque Molly tiene multitud de amantes, y Leopold es un personaje antipático y mediocre, algo fortísimo –la costumbre, la fatalidad,el hijo perdido, cierto conformismo ¿por qué no?…- les une y seguirá uniendo).

Pues eso, aunque yo nací bajo el signo de Leopold Bloom,  me hubiese gustado más nacer bajo el de la estupenda Molly, por supuesto (aunque en el fondo esto sea una estupidez: un hombre nunca podrá acogerse a una "advocación" tan innegablemente femenina como la de Molly Bloom -que como diría mi amigo Horrach (http://horrach.blogspot.com) se caracteriza por corresponderse con el principio exclusivamente femenino de lo ctónico, de lo primigenio y aún no escindido-).

.


martes, 12 de junio de 2012

EL ENCUENTRO CASUAL




La vi, primero a lo lejos. Al fondo del sanatorio. Quizás saliendo del gimnasio. Luego se acercó. Y sí, era ella. Caminaba ayudándose de un bastón. Le daba un aire elegante. Se había cortado el pelo. Como cuando nos casamos. Estaba guapa.

La tremenda cicatriz de una traqueotomía un tanto chapucera. La mía, sin embargo no dejó casi ni rastro. Sin embargo ella camina y yo estoy en silla de ruedas.

La hipocresía de la madre (mi ex – suegra).  “Qué tal estáis”. “Cómo por aquí”, como si ella no hubiese hecho nada, como quién se encuentra con un familiar lejano o un conocido que hace mucho que no ve.

La extraña docilidad de M. Me apetecía besarla allí mismo, no obstante. Si hubiésemos estado solos (o, al menos, libres del inmisericorde escrutinio de la madre, esa “bruja”…)

O no, que conozco mi nula capacidad de decisión, y capaz hubiese sido de sumirme en un absoluto mutismo (aderezado, eso sí, por alguna sonrisa pretendidamente cómplice) y dejado, una vez más, pasar la ocasión.

Ya en la “resi” se había hecho un hueco en mi mente. Desabrochaba con cuidado los botones dorados (un dorado envejecido, herrumbroso y en absoluto deslumbrante) de su blusa blanca y hundía ni cabeza entre sus pechos grandes (que a ella la acomplejaban un tanto, pero que a mi me la ponían dura al instante cuando descubría que no llevaba sujetador) y mordisqueaba, lamía, succionaba y sopesaba hasta que sus gemidos se superponían a los míos y se confundían con las entrecortadas palabras que preludian (o más bien conforman) el sexo