domingo, 29 de noviembre de 2009

NACIONALISMOS

Mi compañero del colegio, Ignacio Prendes, actual Responsable de Accion Institucional de UPyD







Desde que tengo uso de razón he sentido una innata aversión a TODOS los nacionalismos. Ese creer que por pertenecer a determinado barrio, pueblo, ciudad, región o país se es intrínsicamente superior a otro ser humano privado (generalmente de forma arbitraria, porque que me expliquen en que se basa la exclusividad de ser gijonés, asturiano, español o kazajo, pongamos por caso) de dicha pertenencia se me reveló desde siempre un absurdo. Y no un absurdo inocente o, incluso, gracioso, si no un absurdo que se convierte frecuentemente en criminal ¿Cuánta destrucción, cuantos miles de seres humanos han perecido “heroicamente” en virtud de tan “gloriosos” principios?
Y lo malo es que los diferentes nacionalismos se solapan en su estupidez. En virtud de esa canallesca y metafísica idea de nación, se han de negar siempre la igualmente etérea realidad de las otras naciones –así, por ejemplo, la idea esencialista de “lo asturiano” o “lo gerundense”, pongamos por caso, sólo tiene sentido como autoafirmación absurda de ese grupo de individuos asturianos o gerundenses, como si unos u otros tuviesen alguna razón para considerarse superiores al resto de los humanos-.
Sin embargo algunos “antinacionalistas”, con afán no dudo que bienintencionado, caen en el mismo dislate que pretenden denunciar, cuando para negar la validez de tal o cual autoafirmación “nacional” no dudan en subsumirlas en otros valores igualmente nacionales pretendidamente superiores.
Sí, me refiero al joven y simpático partido UPyD, que en su obsesión por denunciar los excesos de los llamados nacionalismos periféricos, lo hace, quiera o no, afirmando la superioridad de otra entidad igualmente “nacional”: España. Porque ¿qué es una nación?: Una idea metafísica, formulada, como la religión, sobre un conjunto de mitos y sentimientos que excluyen cualquier interpretación racional. Porque la razón parte siempre de la “bendita” duda, y si alguien afirma como un principio irrevocable la primacía sobre todas las demás de una determinada zona geográfica, de un determinado dios omnisciente e incuestionable, o de una estipulada cultura, ahí la duda, la razón en suma, ya no pinta nada.
Y es que UPyD, que, fallecida o agonizante IU, surgió como una alternativa al nunca deseable bipartidismo imperante en la escena política española, sea por no incurrir en los mismos errores de la casi fenecida IU (su divagante política en Euzkadi, aliándose con el partido que siempre representó a la derecha católica en ese territorio, por ejemplo), sea por la impronta personal de su líder, Rosa Díez, sea por lo que sea, ha convertido su loable antinacionalismo, en un nacionalismo español de “tomo y lomo”.
Por otro lado UPyD me parecía, en principio, una opción atractiva, que oxigenaba el un tanto apolillado panorama político español, radicalmente laica (aunque últimamente su actitud dubitativa ante la reforma de la ley del aborto, por ejemplo, me ha sorprendido negativamente) y que podría haber confluido en la generación de una derecha moderna y definitivamente desligada del abrazo de la todopoderosa iglesia católica. Ciertamente que en los postulados filosóficos de UPyD está la superación, por arcaica e intelectualmente ineficaz, de la dicotomía política izquierda-derecha, pero este “jacobinismo” que, al menos aparentemente, la hace seguidora del rancio esencialismo españolista, quizás por falta de explicación o desarrollo, me la ha acabado haciendo una opción tan antipática como cualquiera de las demás y, eso, a pesar de la presencia en sus filas, y alrededores, de una serie de amigos y conocidos, algunos muy queridos para mí (mi entrañable amigo Juan, de la residencia en que vivo-votante de UPyD-; mi querido amigo “virtual” el filósofo mallorquín Juan Antonio Horrach (http://horrach.blogspot.com/), militante de UPyD; o mi ya lejano compañero de colegio, el abogado gijonés, José Ignacio Prendes, antiguo coordinador de UPyD en Asturias, y desde el reciente congreso del joven partido, responsable de política institucional a nivel nacional, seguiré con mi insobornable independencia, y mi sano escepticismo, refugiándome en mi derecho constitucional a la abstención, salvo en casos de “emergencia nacional” en que, excepcionalmente, alguna razón especialmente poderosa me incite a acercarme a las urnas.
Y no es mi abstención fruto del “pasotismo” o del desinterés por la política (nunca he abominado de la política, la considero uno de los intereses prioritarios del ser humano), si no consecuencia de mi radical escepticismo, fundamento de mi libérrima manera de pensar.