jueves, 28 de enero de 2010

LA GRIPE Y EL AUTOBUS


Noto ese leve y molesto resquemor de garganta, la boca reseca, las rodillas doloridas. El autobús se va llenando de gente. Los pesados de “Carrusel deportivo” componen la reiterativa banda sonora del trayecto. Se suceden los mismos lugares comunes de siempre, la ignominiosa musiquilla publicitaria, “los chaskis…de Facundooo, tralará, tralará,…”. Una mujer voluminosa, que no se por qué, me recuerda a mi fallecida tía Avelina, los mismos rasgos vulgares y, sin embargo, sensuales, la misma fealdad en la que se oculta un atractivo animal y desafiante, la misma obesidad voluptuosa, se encaja como puede en el asiento que está frente a mí. Al sentarse, la falda sube e, impúdica, me muestra unos muslos descomunales, adiposos. Y no puedo desviar la vista de esa carne ya vieja que la falda apenas puede sujetar.

Mi padre, ese caballero, ese hombre tan educado, que da gusto, que dice siempre Blanca, permanece de pie, a pesar que cuando subimos quedaba algún asiento libre. ¡Qué tremendo orgullo, estúpido y admirable a un tiempo!

Y, sentado en mi silla de ruedas, anclado al soporte con correas, noto cómo me invade un malestar sordo, y cómo deseo escapar, refugiarme entre sus piernas, perderme en aquel orgasmo maravilloso, el siempre recordado, ese fluir placentero, espasmódico, ese derramarme de amor, mientras ella, la imaginada, toma cuerpo, y sus piernas me rodean, me aprisionan, me hacen suyo, y yo me rindo, me dejo ir, subsumido en la senda del placer.

Y pienso, me vienen a la cabeza ideas, imágenes, recuerdos…
Y, definitivamente, el placer se apodera de mí, entre espasmos y humedades.

Y me encajo en la blandura ubérrima de sus pechos, chupo, retengo su pezón entre mis dientes, sin morder, cuidando mucho de no hacerle daño, pero deseando hacérselo, más no atreviéndome (como siempre).

Y su olor se apodera de mí. Acre, dulce, embriagador. Es el aroma del deseo, del sexo, el de la mujer que codicio desde hace tanto tiempo.

Pero, como siempre, acaba por reaparecer el padecimiento de muelas y, esta vez, lo acompaña el del cuello, y el inicio de un constipado, parece, un malestar que se traduce en dolor de huesos, y sueño, y labios resecos como, si de repente, la humedad hubiese abandonado mi cuerpo, y los oídos que me estallan, la cabeza embotada, los huesos desbaratados, convertidos en fosfatina.

Definitivamente, debo haber cogido la gripe.

martes, 26 de enero de 2010

MUERTES ANUNCIADAS

El traidor junto al héroe

Habla en una de sus últimas entradas mi amigo Horrach (http://horrach.blogsot.com/) del llamativo caso del abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg, un auténtico “suicidio por encargo”. Es un caso fascinante del que no me voy a ocupar aquí. Me llamó la atención, más que nada, por convertirse en una “muerte anunciada”, una hiperbólica venganza en la que Rosenberg, llegó a sacrificar su propia vida para llevarla a cabo.
A tenor de esta noticia, y de la entrada que le dedica Horrach vi, en el Canal Odisea, un documental sobre la inmensa tragedia que tuvo lugar en Chile en 1973. Fue otra muerte anunciada, en este caso la del presidente constitucional, Salvador Allende: “Defenderé hasta con la última gota de mi sangre el mandato que me ha entregado el pueblo”, pronunció en un encendido y premonitorio discurso poco antes del golpe de estado. Sí, Allende había asumido su destino (entendido como la lógica histórica inevitable que se desprendía de sus propios actos) y no iba a hacer nada para alterarlo sustancialmente. Imbuido de su papel de héroe trágico dejó (aunque quizás tampoco podía hacer otra cosa) que los acontecimientos se sucediesen como la lógica de la tragedia lo había establecido. Como si de un personaje de Eurípides se tratase, Allende siguió los pasos fijados que le conducían irreversiblemente a su gran “catarsis” final. Es esta dimensión trágica la que, pasados muchos años y superadas, para bien o para mal, tantas cosas, le sigue confiriendo a la tragedia chilena del 73, esa dimensión turbadora que nos sigue sobrecogiendo hoy en día: la tragedia de un héroe (Allende) aniquilado por la figura del “felón” (Pinochet) en la que se juntan todas las características del traidor.
Yo era muy niño en 1973, pero todavía recuerdo sobrecogido aquella colosal infamia, las lágrimas de mi padre (“no nos dejan, no nos dejarán nunca”, decía) que se juntaban a las mías (aunque yo no sabía muy bien por qué), y la sensación de derrota y desamparo que me dejaron para siempre aquellos hechos terribles y lejanos.
Debe ser terrible saber que una determinada sucesión de hechos te abocan a una muerte segura. Desde ese punto de vista impresionan sobremanera las, parece ser, últimas palabras de Allende, ese “Allende no se rinde, mierda” cuando acorralado en su despacho procedió (era su única salida) a volarse la cabeza.

martes, 12 de enero de 2010

PEPE SE FUE

De repente se nos murió Pepín. Así, sin previo aviso. Me despedí de él una noche: “Hasta mañana, Pepe”. Avanzaba con su premiosidad habitual hasta su habitación, y no me contestó, creo, y a la mañana siguiente, mientras me ayudaba a ducharme, Tere, tras mantener una conversación más bien insustancial conmigo, me suelta “y ahora tengo que darte una muy mala noticia, murió Pepe”.
Me quedé estupefacto. Tras unos segundos acerté a decir, “pero qué Pepe, el nuestro”. “Sí, sí, a las 5 de la mañana, me respondieron, pero no se lo digas a nadie de aquí, todavía. Te lo cuento a ti, porque eres de los pocos que lo puede asimilar bien. A los demás ya se lo iremos contando poco a poco a lo largo de la mañana”.
Asimilar bien. Cómo se puede asimilar, ni bien ni mal, que un ser humano con el que has convivido cerca de tres años, al que has dado las buenas noches el día anterior, como si tal cosa, en una noche desaparezca.
Se nos fue, en plena juventud (37 años) un hombre bueno, humilde, que jamás le hizo daño a nadie, de aficiones sencillas (su Real Madrid; sus cafés en “La maleta del loco”; “Camela” o “Pimpinela” con los que nos martirizaba todas las noches mientras jugábamos la partida de dominó, y Juan le gritaba: “por dios, Pepe, baja eso, ¡Qué depresión!, para ahora tener que reconocer que echa de menos, echamos de menos todos, las pomposas canciones del empalagoso dúo argentino; sus inútiles y anuales peregrinaciones a Lourdes…).
Y sólo nos quedan los lugares comunes: “Qué mierda de vida”; “no somos nadie”, “siempre se van los mejores”, “había empeorado tanto desde que llegué aquí…” tan reiterativos, tan tópicos pero tan sabios, porque, efectivamente, la vida es una mierda, cruel, injusta y es un hecho indiscutible que no somos nadie, y que, no se por qué, parece que se van siempre antes los mejores o, al menos, los que como Pepe, el buen y entusiasta Pepín (*) los que con su indiscutible bondad, jamás le hicieron daño a nadie.

(*).- ver entrada del 12 de julio de 2008, “Pepín, el entusiasta”

viernes, 8 de enero de 2010

EL ORIGEN DEL MUNDO


Es este un cuadro que desde siempre, vamos desde mi ya lejana adolescencia en que lo descubrí en las páginas de una enciclopedia de Historia del Arte propiedad de mi padre, ejerció sobre mí una tremenda fascinación.
Durante unos días, recuerdo, las visitas a la estantería del salón en que reposaba, y creo sigue reposando, la Enciclopedia eran constantes.
Me introducía sigilosamente en la estancia, como si fuese un ladrón en mi propia casa, mirando a izquierda y derecha, procurando no hacer ruido y, cuando estaba seguro de que nadie me podía sorprender, agarraba el voluminoso tomo, lo habría por la página 43, y allí me encontraba con aquella perturbadora imagen con la que aquel niño experimentaba sensaciones nuevas y, por aquel entonces, inexplicables pero, sin duda, maravillosas y placenteras.
Asociaba, entonces, aquella maravillosa imagen al pecado, a lo prohibido. Aquel coño, ahora lo puedo nombrar, entonces, preadolescente ignorante, no sabía muy bien lo que era, rotundo, inquietante, me seducía, o más bien me abducía como el misterio que entonces representaba (y sigue representando ahora) para mí la mujer. Adivinaba ya, en aquella imagen, el poder telúrico y misterioso que la mujer esconde en el centro mismo de su femineidad.
Ese triángulo rotundo de vello espeso, bajo el que se adivina la hendidura que es, ciertamente, el origen de todo lo humano. Sí, entre esas piernas blanquísimas, descaradamente abiertas, y bajo ese triángulo de vello espeso y negro, del que la vista no se puede apartar, se encuentra el misterio del origen de la humanidad. Ciertamente este coño tan rotundo que pintó Courbet, y que nos atrae tanto como nos incomoda, aunque nunca conozcamos el rostro de su propietaria, o quizás por eso mismo, es el auténtico origen del mundo. Por su extrema carnalidad, por su carácter auténticamente pornográfico (1), en este cuadro genial está el origen de todo lo humano, de la belleza y de la fealdad, de lo sublime y lo vulgar, del espíritu y la carne: este cuadro, perturbador, magnífico, zarandea nuestras conciencias, y nos hace pensar y sentir, es un auténtico revulsivo, ha alcanzado la eternidad (pintado en 1866, se nos impone, como una bofetada, en su eterna actualidad).

La pintura, que tras muchos avatares, parece haber encontrado acomodo definitivo en el museo D´Orsay de París, fue, parece ser, producto de un encargo del diplomático y coleccionista turco Khalil Bey, y la historia que va desde su ejecución por Courbet a su actual y parece
que definitiva, ha dado para un libro entero: “El origen del mundo. Historia de un cuadro de Gustave Courbet”, de Thierry Sabatier, que, sin duda, sería un regalo muy apropiado para estas fechas (si alguien me lo quiere regalar, acertaría de pleno. Como veis mi rostro se caracteriza por una dureza cada vez más pétrea, je, je).
Publicaba mi amigo (virtual) mallorquín, Horrach (http://horrach.blogspot.com/) el pasado 7 de diciembre, una entrada, “La pintura holandesa que emerge del subsuelo”, en que se confesaba abochornado, por la escasa atención que, según él, le había prestado hasta entonces, a la pintura en su blog. Más sangrante, sin duda, es mi caso: me licencié hace ya demasiados años en Historia del Arte y, desde que este rincón de la bloggosfera se puso en marcha, creo que es la primera vez que me detengo a comentar una pintura: imperdonable, prometo rectificación.
Este será el primero, espero que, como casi siempre, no se imponga mi inefable pereza, de una serie de modestas reflexiones, o críticas, sobre algunas de las obras que en pintura, escultura o arquitectura (y si excluyo al cine es porque alguna crítica cinematográfica sí acostumbraba a realizar). Seguirán, anuncio, más disquisiciones sobre determinadas obras de la Historia del Arte que, por su singularidad o especial significado para mí, merezcan alguna reflexión. A lo que no me puedo comprometer es a mantener regularidad al respecto: conocéis mi debilidad, y mi innata tendencia a la dispersión. Así que os pido perdón por anticipado.



(1).-Para mí esta palabra no tiene, en ningún caso, carácter peyorativo. La utilizo con ánimo meramente descriptivo.

lunes, 4 de enero de 2010

ASUNTOS DE FAMILIA


Esta es una foto en que se unen mis dos familias, por parte de madre y de padre, y cuyos protagonistas son dos “primos segundos” míos: en ella José Ramón Tuero, hijo de mi primo por parte de madre, Ramón, y concejal de deportes de Gijón (el joven con barba y atuendo deportivo) hace entrega de un obsequio a Carlos Álvarez (hijo de mi prima, por parte de padre, Marite) en presencia de su hermano gemelo Pablo.
No se, me hacía ilusión colgarla. Ya sabéis, exhibicionista que es uno.