martes, 26 de enero de 2010

MUERTES ANUNCIADAS

El traidor junto al héroe

Habla en una de sus últimas entradas mi amigo Horrach (http://horrach.blogsot.com/) del llamativo caso del abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg, un auténtico “suicidio por encargo”. Es un caso fascinante del que no me voy a ocupar aquí. Me llamó la atención, más que nada, por convertirse en una “muerte anunciada”, una hiperbólica venganza en la que Rosenberg, llegó a sacrificar su propia vida para llevarla a cabo.
A tenor de esta noticia, y de la entrada que le dedica Horrach vi, en el Canal Odisea, un documental sobre la inmensa tragedia que tuvo lugar en Chile en 1973. Fue otra muerte anunciada, en este caso la del presidente constitucional, Salvador Allende: “Defenderé hasta con la última gota de mi sangre el mandato que me ha entregado el pueblo”, pronunció en un encendido y premonitorio discurso poco antes del golpe de estado. Sí, Allende había asumido su destino (entendido como la lógica histórica inevitable que se desprendía de sus propios actos) y no iba a hacer nada para alterarlo sustancialmente. Imbuido de su papel de héroe trágico dejó (aunque quizás tampoco podía hacer otra cosa) que los acontecimientos se sucediesen como la lógica de la tragedia lo había establecido. Como si de un personaje de Eurípides se tratase, Allende siguió los pasos fijados que le conducían irreversiblemente a su gran “catarsis” final. Es esta dimensión trágica la que, pasados muchos años y superadas, para bien o para mal, tantas cosas, le sigue confiriendo a la tragedia chilena del 73, esa dimensión turbadora que nos sigue sobrecogiendo hoy en día: la tragedia de un héroe (Allende) aniquilado por la figura del “felón” (Pinochet) en la que se juntan todas las características del traidor.
Yo era muy niño en 1973, pero todavía recuerdo sobrecogido aquella colosal infamia, las lágrimas de mi padre (“no nos dejan, no nos dejarán nunca”, decía) que se juntaban a las mías (aunque yo no sabía muy bien por qué), y la sensación de derrota y desamparo que me dejaron para siempre aquellos hechos terribles y lejanos.
Debe ser terrible saber que una determinada sucesión de hechos te abocan a una muerte segura. Desde ese punto de vista impresionan sobremanera las, parece ser, últimas palabras de Allende, ese “Allende no se rinde, mierda” cuando acorralado en su despacho procedió (era su única salida) a volarse la cabeza.

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