sábado, 22 de septiembre de 2012

ESA MALDITA INDECISIÓN


Cuando, por fin, la encontré, las palabras me abandonaron. Había ensayado tantos discursos, tantas torpes declaraciones de amor (que ahora, de repente, me parecían ridículas, inapropiadas…).

Y, sin embargo, cuando el momento tan deseado llegó, y me vi enfrentado a aquella apabullante belleza morena, pelo muy corto, gafas que velaban un tanto la mirada miope de sus grandes ojos negros , labios carnosos y húmedos, las palabras que tantas veces me había repetido, escaparon como alma que lleva el diablo, y no fui capaz a decir nada. Ella me lanzó una sonrisa asesina. Y no pudiendo ocultar su decepción se marchó sin besarme. Y así, sin diminutivos cariñosos, se fue.

Ya no había marcha atrás.

 

 

 

jueves, 13 de septiembre de 2012

LETARGO


Se oye un rítmico puff-puff de fantasmas paridos. Y me duelen las muelas. Obsesivamente repaso con la punta de la lengua una caries en ellas, hasta que el roce deja paso al dolor. Estiro el cuello, como para espantar el malestar. La boca me sabe a hiel, los labios resecos.

 

Y sólo el recuerdo de un pezón apenas sujetado por mis dientes (que no osan morder) ilumina esta tarde de letargo gris..

sábado, 8 de septiembre de 2012

INCONGRUENCIA


La de los nuevos gestores de RTVE, que van a devolver a la parrilla de la televisión pública a los toros. Nada tengo yo contra la tauromaquia, pero sea cual sea mi opinión sobre los toros, la fiesta, por definición, es un espectáculo cruel y sangriento (tómese esta aseveración como meramente descriptiva, en absoluto peyorativa). Por lo tanto su encaje en el protegidísimo horario infantil se me antoja imposible (lo mismo que el de la pornografía, contra la que tampoco tengo nada, aunque supongo que la nueva dirección de RTVE no barajará emitir películas porno a las 5 de la tarde, lo que sería ciertamente original y heterodoxo).

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA BATA "JAPONESA"


 

Cubría su desnudez con una bata negra con motivos “japoneses”. Estábamos en su casa (bueno, en casa de sus padres). En el escote de la bata afloraban unos pechos largos (o esa era la impresión  que me daban, quizás por estar libres del sujetador y haber ingerido yo, aquella tarde, una generosa ración de alcohol).

Retozábamos por la casa de sofá en sofá, acariciándonos, besándonos, las lenguas ávidas del cuerpo del otro, ella cabalgando sobre mis rodillas, yo buscando su sexo con mis labios, con mis dientes, sin dedos suficientes en mis manos nerviosas para tanto manjar, persiguiendo como dos desesperados el orgasmo liberador. Metíamos, sacábamos. Pugnábamos enloquecidos buscando el placer. No lo acabábamos de encontrar. Entonces, insistíamos. Y en esa desaforada lucha se sustanciaba nuestro placer.
Y entonces, ella desapareció de mi vida. Y eso me empujó a, cual abeja (del orden de los zánganos, habría que decir) picotear de flor en flor, de cama en cama, en busca de un néctar que ya nunca volvería a disfrutar