domingo, 26 de febrero de 2012

EN LA MUERTE DE LINA ROMAY


Leyendo “El País”, en la página de obituarios, me entero del fallecimiento de Lina Romay. Musa del cine de “serie z”, fue vampira, cazadora de vampiros, amazona, agente secreto, investigadora lúbrica, pionera porno, mujer tarántula, víctima de Jack el destripador, cabaretera, presidiaria, exhibicionista  objeto de la fijación de un lúbrico voyeur (en la imagen) en quien se materializa el poco confesable deseo de cualquiera de nosotros, folklórica delirante o agente secreto.  Dotada de un físico rotundo, su belleza un tanto vulgar (salvando las distancias, como Kim Novak, parecía tener el sexo inscrito en el rostro, como le decía Alfred Hitchcock a Truffaut en su libro-entrevista “El cine según Hitchcock”), su desbordante feminidad se imponía en la pantalla. Pareja de Jesús Franco, Romay tenía ideas (y ambiciones) propias: “Amo al cine. Como actriz, como montadora, como técnico de rodaje y como espectadora. Me gustaría convertirme en una buena directora. Dicen que soy una exhibicionista. Todo actor lo es, y lo acepto gustosa. No soy una hipócrita”. Así comenzaba el documental “The Lina Romay life, the intimate confessions of an exhibitionist” (1996) de Tim Greaves y Kevin Collins.

Lina Romay tenía 57 años. Musa y compañera de ese personaje capital del cine español que se llama Jesús Franco, Rosa María Almirall (ese era su verdadero nombre) deja un hueco muy difícil de rellenar entre los admiradores del cine  bizarro y desprejuiciado que ella encarnó como nadie. Víctima de un cáncer fulminante, esta “guerrillera del cine”, nos abandonaba el pasado día 15. Descanse en paz.


martes, 21 de febrero de 2012

¡PLAGIO!


Parece ser que lo descubrió la gran Kim Novak. Me extraña que haya sido la única. Quizás porque “Vértigo” sea mi película favorita, y la haya visto un montón de veces, no tardé nada (a pesar de mi pésimo oído musical) en identificar las notas del film de moda, el ya laureadísimo “The artist”,  como las que compusiera el inmenso Bernard Herrmann para la obra maestra de Alfred Hitchcock. Hubiese sido más honrado  que, al menos, como hiciese Elmer Bernstein, con “El cabo del terror” de Martin Scorsese, se reconociese explícitamente la inspiración (u homenaje) en la partitura original de, precisamente, también Bernard Herrmann para “El cabo del miedo” (J.Lee Thompson, 1962).  (1)

Sin embargo, nada de eso ocurre: ni el director de apellido impronunciable, Michel Hazanavicius, ni el supuesto músico que firma la partitura, un tal Ludovic Bource, ponen el mínimo atisbo de duda sobre su autoría. No obstante, la impostura es tan evidente que me asombra su poquísima repercusión. Y ahí tenemos a “The artist”, una película bastante menor (y, desde luego, mucho menos arriesgada de lo que se dice) acaparando premios, y encaminándose a convertirse en la gran triunfadora del año.

Y es que de “The artist”, poco hay que decir. Su originalidad consiste en optar por prescindir de la palabra en un supuesto homenaje al cine mudo. Sin embargo, la historia es ramplona, y ni siquiera la refrescante interpretación de la pizpireta Berenice Bejo, puede justificar el dinero invertido en la entrada.

Me extraña el entusiasmo con que mi admirado Carlos Boyero la ha recibido (lo confieso, razón principal por la que decidí ir a verla) y aún más que los herederos de Herrmann y Hitchcock, no hayan iniciado ya algún tipo de acción contra Hazanavicius y Bource.

(1).- Quizás influya que Scorsese debía al maestro Herrmann el honor de que, poco antes de morir, este compusiese la magnífica partitura para "Taxi driver".