viernes, 21 de marzo de 2008

HOJAS


“Tu dile a Sarabia que digo yo que la nombre, y que la comisione aquí o en donde quiera, que después le explico”


Hojas que se suceden ante ojos ya cansados. Párpados que pugnan por no cerrarse. Montañas de legajos amenazadores, ceñudos. Rutina sofocante. Polvo oficinesco. Montones de papeles inútiles. Sensación de que la vida se escapa, mientras uno pierde el tiempo en quehaceres absurdos. Ahogo. Ganas de escapar, pero falta el valor. Miedo a reprimendas incomprensibles de superiores insoportables. A la vez, cobardía rastrera en su presencia siempre fugaz, siempre hipócritamente alabada, “Como no, encantado, siempre a sus órdenes, señor, me pone a los pies de su señora”. Ganas de vomitar repentinas tras repetir otra vez esta frase u otra tan obsequiosa como ella. Verdadero asco de uno mismo al recordarlo. Odio intenso y repentino hacia ese cliente que, amablemente puntilloso, te recuerda algún error que creías no haber cometido, pero que, al evidenciártelo él, te abochorna haciendo surgir un repentino calor en tu cara. Deseos de desaparecer, de no haber nacido. Alegría inmensurable al recibir una mirada de aprobación del odiado jefe, una simple sonrisa, una hipócrita palmada en la espalda, un falso gesto de ánimo y falsa confraternización, que te hace sentirte el rey de la oficina “Al jefe le gusta lo que hago, después de todo. No, si siempre pensé yo que tenía un buen fondo, que ese despotismo sólo era fachada, y además a mí se nota que me aprecia”. Se evaporan, pues, incluso los intensos deseos de que suene el dichoso timbre que anuncia el fin de la jornada, porque ahora el jefe, que ayer era ese cretino imbécil que se cree el más listo, pero menuda mierda que es, resulta que es tu amigo del alma.
Cuando finalmente suena el timbre, deseos irreprimibles de que pase la tarde, y la noche, y llegue otra vez la mañana, y estar de nuevo sentado en tu mesa, detrás del muro de papeles, legajos polvorientos, oliendo la rancia mugre del papel amontonado, porque quizás el jefe, el bienamado ya, te lanzará una sonrisa furtiva, o quizás, ¿por qué no?, otra palmada de aprobación, y tu te derretirás, como una damisela ante el objeto de su amor.

No hay comentarios: