viernes, 21 de marzo de 2008

EL CIELO S.A.


El zafarrancho aquel de la “Creación”


Aquella tarde los empleados de El Cielo S.A. estaban perplejos. Contra lo que había anunciado anteriormente, y contraviniendo su costumbre, a la que era escrupulosamente fiel desde hacía tantos años, Crisanto de Dios no aparecía. Era el presidente y máximo accionista de aquella empresa que había fundado en tiempos tan remotos, que nadie recordaba a qué se dedicaba antes. Nepomuceno Sanpedro era su capataz y mano derecha, su hombre de confianza, que ejercía ora de portero de la gigantesca finca en la que estaba instalada la empresa, ora de administrador u otras labores, siempre fiel a las instrucciones de su jefe, del que sólo una vez, hacía ya muchos años, se había permitido dudar. Cuando Don Crisanto se había marchado el lunes, había asegurado a todos sus empleados, que, sin falta, volvería como muy tarde el viernes para poner en marcha un plan al que llevaba tiempo dándole vueltas, y que, sin duda, sacaría a la empresa de los apuros, con que, en forma de inesperadas deudas e incomprensibles incumplimientos de contrato, había sido asolada en los últimos tiempos hasta ponerla al borde de la quiebra. El plan tenía un nombre sin duda rimbombante y pretencioso: La Creación.
El caso es que ya era sábado de tarde, y faltaban escasos momentos para llegar al domingo, día que el mismo Don Crisanto, por razones que nadie era capaz de comprender, y más en persona tan obsesivamente laboriosa, había designado como de descanso ineludible.
Pero cuando los nervios de los empleados se habían ya tensado al máximo e incluso el bueno de Nepomuceno había sido comisionado a casa del ausente patrón, Don Crisanto apareció, aunque su aspecto distaba mucho del que tenía acostumbrados a sus empleados. Su habitual distinción parecía haber desaparecido: el cigarrillo rubio usualmente incrustado en una elegante boquilla, había sido sustituido por un enorme puro a medio consumir, que el señor de Dios, se empeñaba a mascar con fruición llenándolo de babas. Caminaba con escasa seguridad, tambaleándose, y mascullando unas casi ininteligibles cancioncillas, “El vino que tiene Asunción ni es blanco, ni tinto ni tiene color” o bien “A mi me gusta el vino pamparabampampan; con el pamparabampampan, con el pimpiribimpimpin al que no le guste el vino es un animal, es un animal” o incluso el socorrido “Asturias patria querida, Asturias de mis amores, quien estuviera en Asturias en todas las ocasiones”. Como sus empleados desconocían hasta ese momento el amor que Don Crisanto le tuviese a la música se quedaron muy extrañados, pero más cuando el “patrón”, contraviniendo definitivamente sus costumbres instaba con lágrimas en los ojos, y pasando sus brazos sobre los hombros de algunos empleados, a que le acompañasen en su desempeño melómano y les ofrecía promesas de amistad eterna, algo que estaba muy lejos de su circunspecto proceder habitual.

Por fin regresó Nepomuceno de su inútil viaje a casa del patrón. Aunque todavía no había cumplido cuarenta años presentaba una incipiente calva, y era un hombre tímido y metódico. Su seriedad era comúnmente apreciada y respetada por los obreros y todo el mundo parecía instarle con la mirada a que le preguntase al patrón qué había pasado con “La Creación”. Superando la paralizante timidez que le atenazaba habitualmente, con un hilo de voz temblorosa, Nepomuceno, que había enrojecido hasta las orejas, acertó a inquirir por fin: “Con todo respeto, Don Crisanto, ¿pero y “La Creación”? ¿No se acuerda? No nos tenga más en ascuas: díganos que vamos a hacer, porque la quiebra nos amenaza de forma irremediable”.
Don Crisanto pareció reflexionar un instante mientras seguía masticando su asqueroso puro. De repente se le iluminó la cara, aquel rostro ahora irreconocible, dónde el pulcro bigote habitualmente tan bien recortado, había sido sustituido por una desordenada e incipiente barba de tres días, y, con los ojillos alegremente iluminados, acertó a decir por fin, o sus empleados consiguieron entender con dificultad: “La Creación, la creación es esto, amigos míos”.

1 comentario:

koolauleproso dijo...

Anonymous said...

¡Que envidia mi gran amigo!
Nunca tendria yo en mi mente ni en mi pluma (aunque fuera de Ave del Paraiso), PALABRAS TAN ELOCUENTES
para ninguno de mis pobres relatos y articulillos.
Tienes una mente poderosa. yo que se donde estas sentado te digo,
que tienes la fuerza de Hercules, y el poderio de Goliat en tu mente.
un abrazo amigo mio. Empe.y Poly.

1:40 PM
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Blogger koolauleproso said...

Mi querida Emperatriz, te aplicaré lo que me dijo Manuel: Eres la reina de las "cobistas":Un título más que sumas al indiscutido de Emperatriz del Infanzón. Cuando yo te digo que estás relacionada con la nobleza..