Quizás porque no sea una belleza excepcional, me atrae. Es moderadamente alta y con curvas pronunciadas. Y su minusvalía le confiere ese punto de fragilidad que, en contraste con su porte inicialmente "recio", me la hace aún más atractiva. Cuando llegué al gimnasio su “fisio” la tenía contra la pared, y se agachaba delante de ella sujetándole las caderas. Una imagen demasiado perturbadora para mí. Le hacía presionar con los glúteos la pared. Ya digo, demasiado perturbador para mi mente calenturienta. Luego trajo los enormes balones para que ejercitara el equilibrio. Pero, por falta de espacio, se fueron al otro extremo del gimnasio. Y, a esa distancia, sólo podía intuir ejercicios cada vez más “interesantes”. Echada “boca abajo” sobre el gigantesco balón, fortalecía su pelvis. Ya digo que esto ya no lo veía bien. Sólo “por porciones”. Mi imaginación tenía que completarla escena. También las órdenes que oía de la “fisio": “echa la pelvis adelante”, “abre la piernas”, “contrae ese músculo”. En resumen, que me lo estaba pasando bien en el gimnasio, cuando mi “maquinita” pitó. “Hala, acabaste por hoy” me dijo mi “fisio” mientras me liberaba de los cables de la máquina.
Y ella estaba demasiado lejos (al otro extremo del gimnasio) y ni siquiera me pude despedir cuando marché.
Como siempre.
Y ella estaba demasiado lejos (al otro extremo del gimnasio) y ni siquiera me pude despedir cuando marché.
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