Es su cumpleaños. Le regalo una rosa. Roja. Un capullo “reventón”. Junto con películas. Lo recibe con sorpresa. Incluso con alborozo. Agradecida. Me pongo nervioso. Y le doy las gracias a mi vez. Por su agradecimiento.
Hacía mucho que no le compraba flores a una mujer. Por la noche, mientras estoy cenando, me telefonea. Me cuenta que acaba de poner la rosa en agua. En un búcaro. A ver si aguanta sin marchitarse. Me repite su agradecimiento. Por todo.
Y, como todas las noches, la imagino. Pero esta vez en su imagen, recurrente, hay un componente nuevo: la rosa.
Y ya veo cómo sus dedos largos acarician los pétalos. Y cómo la rosa (mi rosa) se desliza por su vientre. Y sus pétalos rozan levemente los pezones, acaso ya erguidos, de sus pechos pequeños pero bien conformados. Y percibo cómo deja escapar un gemido de placer, que se superpone a los míos, estos no imaginarios, si no reales.
Y afanado en estos dulces quehaceres me quedo dormido.
Y cuando me despierto, al día siguiente, una mancha amarillenta en mis sábanas es el único rastro de esa noche turbulenta.
Definitivamente, debo ser un enfermo
7 comentarios:
Vaya. Bienvenido al club.
Enfermo serías si no te pasara lo que te pasa, cuando se junta imaginación y deseo contenido, pues... es inevitable.
Una sensación estupenda, por otra parte.
Enfermo serías si no te pasara lo que te pasa, cuando se junta imaginación y deseo contenido, pues... es inevitable.
Una sensación estupenda, por otra parte.
Digamos que no me avergüenza en absoluto, FB.
Mosquito, ¿a qué club? ¿pajilleros sin fronteras?
Será deseo no contenido, que ta bien...contenido es en plan cura que no mola jeje!!
salud y bien por la rosa
Qué vas a ser un enfermo! a ti lo que te va es la marcha, mi niño jajajajajaja.
Besos golfos.
Creo que aciertas, Lula, plenamente
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