La verdad, la mentira, la obsesión por el triunfo; la
derrota, el vértigo. Y la “nueva carne”. La superación por medios artificiales
de las potencialidades físicas del propio cuerpo. Al final, la derrota
inevitable. El “súper-hombre” que no era tal. La mentira descubierta.
En este escueto guion se resume
la peripecia vital de Lance Armstrong,
el único hombre capaz de ganar 7 Tours consecutivos. Una hazaña que, por
sobrehumana, parecía imposible. Y que lo acabó resultando ser (imposible).
Porque todo era mentira. Y mi madre, gran aficionada al ciclismo “de sillón”
(el que se practica viendo el espectáculo por televisión) tenía razón cuando
decía que el “americanón esi, va chutau hasta les narices, no lo veis”. A lo
que yo, crédulo idiota, contestaba con el poco creíble argumento de que el
fortísimo tratamiento para superar su cáncer era lo que, a lo mejor, le estaba
ayudando; nada de trampas intencionadas.
Y, sin embargo, ahora se descubre
que todo era mentira. Que tenemos que cambiar a Lance Armstrong de panteón:
trasladarlo del de los grandes deportistas de la Historia al de los grandes
tramposos, de estrella del deporte a estrella de la impostura. A mi, que quizás
por influencia materna, nunca lo soporté como arrogante campeón deportivo, sí
me interesa como falsario (aunque su impostura resultó no ser perfecta, pues se
ha acabado por descubrir -“Se pilla primero a un mentiroso que a un cojo” me
sermoneaba desde que tengo recuerdo, precisamente mi madre-) que por toda su
aparentemente brillante carrera deportiva que, al final, resultó ser un fraude.
Porque la
aparentemente brillantísima carrera deportiva de Armstrong devino en una
gigantesca mentira. En un fraude perfectamente orquestado y sistemáticamente
preparado. Apoyado en especialistas médicos de primera línea, el “campeón”
tejano se internó en el mundo de David Cronenberg, se dispuso a construirse un
nuevo cuerpo, el de un super-hombre. Como Jeff Goldblum, el atormentado protagonista de “La mosca”,
como Jeremy Irons, el enloquecido cirujano doble de “Inseparables”, como tantos
héroes Cronenbergianos, Armstrong jugaba
en la delicada frontera entre lo humano y lo artificial, entre lo fingido y lo
verdadero, y, como buen tramposo, jugaba en su propio beneficio, faltaría más. Armstrong,
el gran falaz; Armstrong, el hipertramposo; Decadencia y caída de Lance
Armstrong.
Así que mejor
compararle con los grandes impostores de la Historia, con todos aquellos
falsarios que han sabido construirse un personaje tras el que poder esconder
las limitaciones con las que todos los seres humanos tenemos que cargar.
Como Enric
Marco (que se hizo pasar por una víctima del Holocausto, y fue, incluso, Presidente
de la Asociación de damnificados, sin haber pisado Mathausen, si no el más
pequeño campo de Flossemburg, y no como víctima, si no como trabajador
voluntario en el marco de un acuerdo de cooperación entre la Alemania Nazi y la
España franquista (1); como Víctor Lustig (que estuvo a punto de venderle la
Torre Eiffel a unos incautos inversores para, según él, poder convertirla en
chatarra); como Frank Abnagale (que llegó a cambiar 8 veces de identidad, para
poder desarrollar una “brillante” carrera de estafador y falsificador de
cheques (2)); como el dúo musical Milli Vanilli, que llegó a obtener el Grammy
a artista revelación de 1990 y vendido millones de copias, sin que sus
componentes cantasen una sola estrofa (sólo prestaban su imagen mientras hacían
“play-back”) a los verdaderos cantantes; como Ferdinand Demarra, aplicadísimo
impostor que, en 1941, en plena II guerra mundial, y sirviendo en la marina de
Estados Unidos se “travistió” sucesivamente de ingeniero civil, sheriff,
guardia de prisiones, monje, investigador del cáncer y maestro, para acabar
haciéndose pasar por cirujano en la guerra de Corea (3); y como Jean-Claude Romand, uno de los
impostores más fascinantes de la Historia, que acabó viéndose obligado a
asesinar a su propia familia, cuando se descubrió que toda su vida era una
mentira (4).
(1).- relatado
en el fascinante documental “Ich bin Enric Marco”, de Santiago Fillol y Lucas
Vermal, 2009
(2).- su vida
dio pie al celebrado largometraje de Steven Spielberg “Atrápame si puedes”,
protagonizada por Leonardo di Caprio y Tom Hanks.
(3).- que
también dio origen a un film, “El gran impostor”, Robert Mulligan,
protagonizada por Tony Curtis en 1961.
(4).- Tan
fascinante argumento ha estado, al menos, en el origen de dos películas: la
francesa “El adversario”, Nicole García
(2002) protagonizada Daniel Auteil, y la española “La vida de nadie” (también,
2002), del interesante Eduard Cortés, protagonizada por José Coronado.
3 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo en lo de las estafas y las mentiras. No es por justificar ni a Amstrong ni ninguno de los casos que señalas, pero no me gusta convertir, ni siquiera a los tramposos y mentirosos, en chivos expiatorios de nada. Más bien me interesa preguntarme cuál es la causa para que un tipo se invente una vida como el caso que comentas de Enric Marco o Claude Romand, o por qué alguien como Amstrong que ha tenido muy de cerca el dolor y, probablemente, la muerte no se transforme en alguien mejor y se haga simplemente un tramposo. No entiendo la competitividad ni en el deporte ni en ningún aspecto de la vida, sencillamente, me parece absurda. Para mí no tiene tampoco ningún valor el que gana 'limpiamente'. Como dice Rafael Sánchez Ferlosio: "...tanto ganar, ganar, aquí no hemos venido ha ganar sino a ocuparnos de las cosas"
Tanpoco a mi me interesa para nada el deporte. Pero sí la mentira. Y no en un sentido "moral", si no en uno, digamos, "artístico". La persecución de lo "fingido-verdadero" que ha sido la esencia de todas las manifestaciones artísticas de la humanidad. Desde ese punto de vista todos los grandes tramposos me parecen, en el fondo, admirables. Digamos que desde que se descubrió su trampa me hice el admirador de Armstrong que antes no era en absoluto.
Como bien dices el fingidor es un artista. De hecho, una de las funciones de toda obra de arte es hacer veraz algo que por convención sabemos que es falso.
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