Parece que los dos grandes partidos que sustentan esa ficción que llamamos democracia (ficción que sólo es posible porque los ciudadanos lo consentimos) se han puesto de acuerdo, superando sus diferencias aparentemente irreconciliables. Y lo hacen para burlarse de nosotros; para saltarse “a la torera” sus propios principios (los de la Constitución) e implementar una reforma constitucional “por la puerta de atrás”.
Si prosperan las desquiciadas ideas de estos botarates, se reformará la Constitución sin consultarnos, saltándose el complejo proceso diseñado sabiamente por los constituyentes para ello. Sí, estamos ante un auténtico intento de golpe de estado. El segundo, tras el “tejerazo” del 81, al que se enfrenta nuestra ahora ya no tan joven democracia. Y no es esta vez el enloquecido disparate de un ridículo guardia civil de bigotón y pistola en ristre, si no una meditada conspiración de las élites políticas y económicas contra su pueblo.
Veamos, los constituyentes habían “blindado” la Constitución del 78 de tal modo que, sólo reproduciendo el amplísimo consenso nacional que permitió ponerla en marcha, y con la aquiescencia del pueblo soberano (mayoría de 3/5 del parlamento saliente, disolución de las Cortes, R-E-F-E-R-E-N-D-U-M sobre el nuevo texto propuesto, elecciones generales, nueva mayoría de 3/5 del parlamento entrante) era posible realizar las transcendentales modificaciones en nuestro ordenamiento supremo que ahora se pretenden “transformar” mediante el “coladero” de un simple decreto.
¿Por qué? Me pregunto “a lo Mourinho”. Pues porque, sin duda, estos sinvergüenzas que se han apropiado de la voluntad nacional, estas castas políticas y económicas que se han erigido en nuestros portavoces (con nuestro implícito consentimiento, es cierto) temen, con razón que, de respetar escrupulosamente la legalidad, y convocarnos a un referéndum, el resultado no les fuese favorable.
Desprestigiados ante la ciudadanía (como consecuencia de sus propios actos) la casta de políticos profesionales que nos gobierna teme (con razón) que sometidos sus indecentes manejos a la máxima expresión de la democracia (las urnas descarnadas del referéndum) los ciudadanos, hartos de sus manejos, los mandemos a todos al paro (como ya sucedió en la envidiable Islandia, por ejemplo).
Este atentado a nuestros más elementales derechos NO debe pasar desapercibido (como sus impulsores sibilinamente pretenden). Rebosa todos los límites. Los indignados (“perro-flautas” nos llaman) venimos saliendo a la calle en defensa de una DEMOCRACIA liberada del grupo de “trileros” que la tiene secuestrada, de una DEMOCRACIA REAL, debemos tomar las calles en defensa, no de ninguna utopía, si no, simplemente, del estado de derecho, y la legalidad vigente.
Porque si nos callamos y dejamos seguir adelante este pacto vergonzoso urdido a nuestras espaldas, la misma democracia española estará herida de muerte.
No nos callemos. No nos dejemos engañar una vez más.
Salvemos nuestra Democracia. Por eso, parafraseando el un tanto demagógico poema de Gabriel Celaya:
¡A la calle, que ya es hora!
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