domingo, 6 de marzo de 2011

CONTRA DANIEL RODRÍGUEZ


Daniel Rodríguez tiene mucho mérito. Le admiro. Pero estoy en completo desacuerdo con él.

Y os preguntaréis, ¿y quién es ese Daniel Rodríguez, que merece semejantes reflexiones?

Daniel Rodríguez es un joven paralítico cerebral, diplomado en Trabajo Social. Y si digo que lo admiro es porque, a diferencia de la mía, su discapacidad, minusvalía, o cómo le queramos llamar es congénita. Es decir que, a diferencia de mi, Daniel no “disfrutó” de una época en su vida ajena a la minusvalía, y aún así, consiguió diplomarse. Lo cual tiene un mérito indiscutible, y habla muy bien de su espíritu de superación, de su capacidad para no resignarse jamás. Como el azar me acabó convirtiendo también en un paralítico (me gusta esa palabra), conozco, y soy solidario, con las enormes dificultades que habrá tenido que superar, ya lo digo, me parece un tipo admirable, y “me quito el sombrero”. Hasta ahí, nada que decir.

¿En qué se sustancia entonces mi desacuerdo?

Sostiene Daniel Rodríguez en su libro “Cordones para las zapatillas” que es indispensable un “cambio en el lenguaje”, que el lenguaje crea ideología, y que hay que inventarse un lenguaje nuevo que no genere “discriminaciones sobreañadidas a nuestro colectivo”. Desde ese punto de vista, reniega de las palabras con las que se nos ha nombrado hasta ahora, señala su intención sibilinamente peyorativa, y propone, nada menos, que la fundación de un nuevo lenguaje “no discriminatorio”: “inválido”, un insulto; “minusválido”, una intolerable discriminación; incluso en “discapacitado” (el término oficialmente más aceptado para nombrarnos) aprecia un sutil tono discriminatorio. A mi, simplemente me parece una palabra fea, que transparenta en exceso su ánimo de instalarse en lo “políticamente correcto”

¿Cómo debe entonces nombrarse a nuestro colectivo?

¡Atención!, nada menos que “grupo de personas con diversidad funcional”

¿Un poco engorroso? ¿Inmanejable en la práctica? Nada, esos son pequeños inconvenientes que no pueden oponerse al triunfo de lo “políticamente correcto”.

Quizás por mi formación de historiador, y porque, en consecuencia toda mi estructura mental está atravesada (y sostenida) por el historicismo, me niego a darle tanta importancia a las palabras. Naturalmente que el Lenguaje conforma la estructura de pensamiento del hombre, pero no sólo el lenguaje; en la misma medida, la Historia, el pasado reconstruido desde el presente, nos relativiza (nos hace humanos) y nos explica. El presente sólo puede ser entendido en función de un pasado que lo explique. Nada es “absoluto” y todo es “relativo”. Desde ese punto de vista, el pensamiento “histórico” supone un salto cualitativo sobre el tipo de pensamiento “absoluto” o “teológico” que había conformado al ser humano desde la Edad Media. La Historia configura el auténtico pensamiento racional, libera al ser humano de principios absolutos y nos proporciona las herramientas indispensables para enfrentarnos a la realidad.

El Lenguaje (también indispensable, por otro lado, para configurar nuestra capacidad de conocimiento) no puede arrogarse las funciones de un nuevo dios, inmanente y ajeno a toda crítica. Ha de imbricarse en la Historia y, siempre en relación dialéctica con ella (perdón por mi terminología de viejo marxista) iluminar nuestro conocimiento.

Desde ese punto de vista, no podemos convertir al Lenguaje, en virtud de los temibles principios de lo “políticamente correcto” en un muro infranqueable que paradójicamente nos impida entendernos. Como paralítico (una de las muchas palabras que sirve para definir a nuestro colectivo, y que quizás sea la que más me guste, aunque no sea en absoluto exacta) reivindico los valores positivos de mi parálisis, invalidez, minusvalía, discapacidad o como lo queramos llamar. Sí, sin haberlo buscado, somos diferentes y, como la vida (la pequeña historia personal de cada uno) nos ha obligado a esforzarnos más para vivir en sociedad –tanto a Daniel como a mí, por ejemplo, nos cuesta objetivamente más poder hacer cualquier cosa, desde asearnos o comer, a mantener relaciones sexuales- al menos yo, no reniego de mi “diferencia”, es más, la reivindico y estoy orgulloso de ella.

Daniel Rodríguez, sin embargo, parece abjurar y no asumir su circunstancia vital, enmascarándola con inútiles subterfugios del Lenguaje.

Digamos que, ya que me ha tocado esta forma de vida, yo procuro sacarle el máximo partido. Ya que, como diría Sartre, “estamos condenados a existir”, existamos de la manera más intensa y digna posible


4 comentarios:

Luisa dijo...

Haré un comentario "breve" por lo de si "lo bueno breve...
Para mi, si utilizamos la palabra discapacidad, todos tenemos discapacidades, a mi me falta olfato, memoria y mas.Invalido también está limitada en si la palabra.
Ninguna me parece insultante, el insulto viene de quien quiere insultar, no de quien quiere ser correcto como puede. En ocasiones hay miedo a decir palabras que puedan sonar mal, para no herir y ser "políticamente correctos" ahí anda uno perdido.
Poner "grupo de personas con diversidad funcional”
Me parece larguísimo :)
Llamemos como le llamemos, no le sonará bien a todos.
Personalmente digo invalido, la verdad es que discapacitado me parece algo cursi y rebuscado.

Saludos.

koolauleproso dijo...

Entonces, Luisa, estamos básicamente de acuerdo.
A mi, lo que me molesta del, a mi juicio, baldío empeño de Daniel Rodríguez, es su excesivo empeño en darle importancia a las palabras. En definitiva, llamenme como quieran, pero sustituyan las escaleras (el gran enemigo del usuario de silla de ruedas) por rampas, que a nadie molestan

Cisne Gaseoso dijo...

Las palabras hieren cuando son dichas con ánimo hiriente, sin duda; pero también hieren, a algunos, porque no asumen las cosas tal cual son y nos agarramos al victimismo.

Si a Daniel le parece que inválido, paralítico, minusválido o discapacitado; son palabras ofensivas, hirientes o infravalorativas…es, ante todo, debo pensar; porque a él, personalmente, que es el que escribe el libro, le parecen así. Y se levanta en nombre de todo el colectivo con esa afirmación.

Tú mismo podrías haber escrito un libro diferente, menos políticamente correcto y tal vez más realista. Y detrás de ti, la otra mitad del colectivo.

Todo, depende del punto de vista con que se escriba, y de la fenomenología chiquita que hay detrás. A veces, nos quedamos en ciertos sentimientos personales…y los convertimos en crítica al lenguaje, al mundo, a dios o a quien se tercie. Claro que el lenguaje transmite ideología, es cierto…pero la transmite desde que esa ideología está anclada en el pensamiento. El lenguaje es pensamiento hecho público. Y no siempre hay ánimo ofensivo, casi nunca, cuando usamos esas palabras comunes que he nombrado.
Felicito a Daniel por su libro, de todas formas, seguro que es un libro solidario y reflexivo.

Más rampas y menos psicolingüística, coincido.

koolauleproso dijo...

Sí, Cisne, me quedo con tu última frase. En última instancia, hay que ser prácticos.
un beso, amiga