Desde que tengo uso de razón he sentido una innata aversión a TODOS los nacionalismos. Ese creer que por pertenecer a determinado barrio, pueblo, ciudad, región o país se es intrínsicamente superior a otro ser humano privado (generalmente de forma arbitraria, porque que me expliquen en que se basa la exclusividad de ser gijonés, asturiano, español o kazajo, pongamos por caso) de dicha pertenencia se me reveló desde siempre un absurdo. Y no un absurdo inocente o, incluso, gracioso, si no un absurdo que se convierte frecuentemente en criminal ¿Cuánta destrucción, cuantos miles de seres humanos han perecido “heroicamente” en virtud de tan “gloriosos” principios?
Y lo malo es que los diferentes nacionalismos se solapan en su estupidez. En virtud de esa canallesca y metafísica idea de nación, se han de negar siempre la igualmente etérea realidad de las otras naciones –así, por ejemplo, la idea esencialista de “lo asturiano” o “lo gerundense”, pongamos por caso, sólo tiene sentido como autoafirmación absurda de ese grupo de individuos asturianos o gerundenses, como si unos u otros tuviesen alguna razón para considerarse superiores al resto de los humanos-.
Sin embargo algunos “antinacionalistas”, con afán no dudo que bienintencionado, caen en el mismo dislate que pretenden denunciar, cuando para negar la validez de tal o cual autoafirmación “nacional” no dudan en subsumirlas en otros valores igualmente nacionales pretendidamente superiores.
Sí, me refiero al joven y simpático partido UPyD, que en su obsesión por denunciar los excesos de los llamados nacionalismos periféricos, lo hace, quiera o no, afirmando la superioridad de otra entidad igualmente “nacional”: España. Porque ¿qué es una nación?: Una idea metafísica, formulada, como la religión, sobre un conjunto de mitos y sentimientos que excluyen cualquier interpretación racional. Porque la razón parte siempre de la “bendita” duda, y si alguien afirma como un principio irrevocable la primacía sobre todas las demás de una determinada zona geográfica, de un determinado dios omnisciente e incuestionable, o de una estipulada cultura, ahí la duda, la razón en suma, ya no pinta nada.
Y es que UPyD, que, fallecida o agonizante IU, surgió como una alternativa al nunca deseable bipartidismo imperante en la escena política española, sea por no incurrir en los mismos errores de la casi fenecida IU (su divagante política en Euzkadi, aliándose con el partido que siempre representó a la derecha católica en ese territorio, por ejemplo), sea por la impronta personal de su líder, Rosa Díez, sea por lo que sea, ha convertido su loable antinacionalismo, en un nacionalismo español de “tomo y lomo”.
Por otro lado UPyD me parecía, en principio, una opción atractiva, que oxigenaba el un tanto apolillado panorama político español, radicalmente laica (aunque últimamente su actitud dubitativa ante la reforma de la ley del aborto, por ejemplo, me ha sorprendido negativamente) y que podría haber confluido en la generación de una derecha moderna y definitivamente desligada del abrazo de la todopoderosa iglesia católica. Ciertamente que en los postulados filosóficos de UPyD está la superación, por arcaica e intelectualmente ineficaz, de la dicotomía política izquierda-derecha, pero este “jacobinismo” que, al menos aparentemente, la hace seguidora del rancio esencialismo españolista, quizás por falta de explicación o desarrollo, me la ha acabado haciendo una opción tan antipática como cualquiera de las demás y, eso, a pesar de la presencia en sus filas, y alrededores, de una serie de amigos y conocidos, algunos muy queridos para mí (mi entrañable amigo Juan, de la residencia en que vivo-votante de UPyD-; mi querido amigo “virtual” el filósofo mallorquín Juan Antonio Horrach (http://horrach.blogspot.com/), militante de UPyD; o mi ya lejano compañero de colegio, el abogado gijonés, José Ignacio Prendes, antiguo coordinador de UPyD en Asturias, y desde el reciente congreso del joven partido, responsable de política institucional a nivel nacional, seguiré con mi insobornable independencia, y mi sano escepticismo, refugiándome en mi derecho constitucional a la abstención, salvo en casos de “emergencia nacional” en que, excepcionalmente, alguna razón especialmente poderosa me incite a acercarme a las urnas.
Y no es mi abstención fruto del “pasotismo” o del desinterés por la política (nunca he abominado de la política, la considero uno de los intereses prioritarios del ser humano), si no consecuencia de mi radical escepticismo, fundamento de mi libérrima manera de pensar.
Y lo malo es que los diferentes nacionalismos se solapan en su estupidez. En virtud de esa canallesca y metafísica idea de nación, se han de negar siempre la igualmente etérea realidad de las otras naciones –así, por ejemplo, la idea esencialista de “lo asturiano” o “lo gerundense”, pongamos por caso, sólo tiene sentido como autoafirmación absurda de ese grupo de individuos asturianos o gerundenses, como si unos u otros tuviesen alguna razón para considerarse superiores al resto de los humanos-.
Sin embargo algunos “antinacionalistas”, con afán no dudo que bienintencionado, caen en el mismo dislate que pretenden denunciar, cuando para negar la validez de tal o cual autoafirmación “nacional” no dudan en subsumirlas en otros valores igualmente nacionales pretendidamente superiores.
Sí, me refiero al joven y simpático partido UPyD, que en su obsesión por denunciar los excesos de los llamados nacionalismos periféricos, lo hace, quiera o no, afirmando la superioridad de otra entidad igualmente “nacional”: España. Porque ¿qué es una nación?: Una idea metafísica, formulada, como la religión, sobre un conjunto de mitos y sentimientos que excluyen cualquier interpretación racional. Porque la razón parte siempre de la “bendita” duda, y si alguien afirma como un principio irrevocable la primacía sobre todas las demás de una determinada zona geográfica, de un determinado dios omnisciente e incuestionable, o de una estipulada cultura, ahí la duda, la razón en suma, ya no pinta nada.
Y es que UPyD, que, fallecida o agonizante IU, surgió como una alternativa al nunca deseable bipartidismo imperante en la escena política española, sea por no incurrir en los mismos errores de la casi fenecida IU (su divagante política en Euzkadi, aliándose con el partido que siempre representó a la derecha católica en ese territorio, por ejemplo), sea por la impronta personal de su líder, Rosa Díez, sea por lo que sea, ha convertido su loable antinacionalismo, en un nacionalismo español de “tomo y lomo”.
Por otro lado UPyD me parecía, en principio, una opción atractiva, que oxigenaba el un tanto apolillado panorama político español, radicalmente laica (aunque últimamente su actitud dubitativa ante la reforma de la ley del aborto, por ejemplo, me ha sorprendido negativamente) y que podría haber confluido en la generación de una derecha moderna y definitivamente desligada del abrazo de la todopoderosa iglesia católica. Ciertamente que en los postulados filosóficos de UPyD está la superación, por arcaica e intelectualmente ineficaz, de la dicotomía política izquierda-derecha, pero este “jacobinismo” que, al menos aparentemente, la hace seguidora del rancio esencialismo españolista, quizás por falta de explicación o desarrollo, me la ha acabado haciendo una opción tan antipática como cualquiera de las demás y, eso, a pesar de la presencia en sus filas, y alrededores, de una serie de amigos y conocidos, algunos muy queridos para mí (mi entrañable amigo Juan, de la residencia en que vivo-votante de UPyD-; mi querido amigo “virtual” el filósofo mallorquín Juan Antonio Horrach (http://horrach.blogspot.com/), militante de UPyD; o mi ya lejano compañero de colegio, el abogado gijonés, José Ignacio Prendes, antiguo coordinador de UPyD en Asturias, y desde el reciente congreso del joven partido, responsable de política institucional a nivel nacional, seguiré con mi insobornable independencia, y mi sano escepticismo, refugiándome en mi derecho constitucional a la abstención, salvo en casos de “emergencia nacional” en que, excepcionalmente, alguna razón especialmente poderosa me incite a acercarme a las urnas.
Y no es mi abstención fruto del “pasotismo” o del desinterés por la política (nunca he abominado de la política, la considero uno de los intereses prioritarios del ser humano), si no consecuencia de mi radical escepticismo, fundamento de mi libérrima manera de pensar.
13 comentarios:
Sólo una palabra: amén.
Amén laico, naturalmente.
Saludos.
Olé!
:)
Hasta los ingleses cultivan el sentido del humor tomando como base sus amores patrios, monarquía incluída.
Una asignatura que aún tardará en aparacer por estas tierras, y porque seguimos sin practicar la auto-risa, que es una forma de autocrítica, eficiente y racional.
Patrias y banderas no traen más que odios y muertes. La historia manda.
Le poinçonneur, Le mosquito (disfrazado de musulmán), gracias por seguir ahí, a pesar de mis largas e imperdonables ausencias.
un abrazo, amigos
Abrazo sin patria ni banderas, amigo.
;)
Coño Koolau, despiertas disfrazado casi de anarquista-Lennon, jeje!!.., bueno que conste que cualquiera se traga a los políticos y no es pose,...y es que los politicos practicamente todos son nacionalistas, por la cuenta que les trae.
abrazos desde nuncajamas
Querido Ro, yo también estoy abonada (y de por vida) a la insobornable independencia y al sano escepticismo.
Me gusta mucho el análisis que has hecho. Cuando se piensa y se razona desde la libertad se suele ser más lúcido que cuando se hace desde la servidumbre del partidismo.
Un abrazo y encantada de saludarte de nuevo.
Bienvenido de nuevo!!que ganas de volver a leerte, parece que el parón o descanso de estos meses ha servido para renovar energias.
de vez en cuando es necesario un descanso para ver todo desde otra perspectiva y vaya vuelta espectacular, no nos podemos quejar tod@s tus seguidores.
Buena reflexion, si señor.
Muy valiente esta entrada en estos momentos.
En mi opinión en este asunto intervienen fundamentalmente tres factores bastante difíciles de conciliar: el derecho a decidir; el principio de la unión hace la fuerza; y las inercias o rémoras históricas.
Un abrazo.
Atikus, Sirena, Mad: gracias por seguir ahí.
Besos y abrazos para todos.
Ya imaginarás que no estoy de acuerdo con tu tesis, querido Koolau. Lo que defiende UPyD de naconalismo tiene poco y si se puedde vincular con algo sería con el 'patriotismo constitucional' de Habermas, que tiene poquísimo que ver con lo que defiende un proyecto nacionalista. UPyD, que yo sepa (ahora mismo estoy bastante desvinculado del proyecto, más que nada por mis ocupaciones personales), nunca ha hecho hincapié en las esencias y principios que reivindican los nacionalistas. Y si a veces lo hace (por ejemplo, la cuestión de la lengua) no utiliza para defender su postura los argumentos típicos del pensamiento nacionalista. El proyecto de UPyD no busca la exclusión de nadie, al contrario, y sus críticas a los nacionalismos periféricos lo que tratan de combatir son los privilegios con que esos han acabado contando.
abrazos y bon nadal
Hombre, Horrach, ya echaba de neros un comentario tuyo aquí. Vamos a ver, lo que yo echo de menos en la postura de UPyD es, precisanente, una crítica más radical a cualquier nacionalismo, y parece que esa crítica vale para todos, menos para el nacionalismo español, que también existe, aunque no lo querais creer.
Claro, a lo mejor es que no tengo en cuenta que UPyD, al fin y al cabo, no deja de ser un partido político más, y ya se sabe lo que eso limita (al final la razón-por definición tan compleja, siempre- tiene que ceder ante una serie de consignas faciles de asimilar por el cuerpo de votantes que es, al fin y al cabo, el objeto que se pretende conquistar con la política).
un abrazo, y encantado de tenerte por aquí. ¡Qué recuerdos me trae lo de "bon nadal"!
Que el naconaismo español existe, eso no lo pongo en duda. Lo que no veo claro es que UPyD defienda posiciones de ese tipo. A veces, eso sí, es menos crítico con ellas que con el nacionalismo vasco-catalán, pero eso creo que se debe a un motivo: que el nacionalismo español es, hoy por hoy, menos lesivo para el estado de derecho que el vasco-catalán.
saludos
Por desgracia o, mas bien porque es algo consustancial a la condición humana, nacionalismos existen en todos los sitios. Yo, lo que mantengo es que todos ellos son lesivos, como tu dices, para la propia humanidad, tanto como cualquier otra religión o visión unívoca de la realidad. Y como racionalista que soy, los considero (a todos ellos) igualmente detestables.
Y sigo sin comprender que una formación tan pretendidamente "distinta" a las demás, se deja deslizar por abismos tan trillados (que son por los que transita habitualmente la derecha más rancia de este país). No es cuestión de grados: se está o no contra los nacionalismos, contra TODOS ellos, sin escepción
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