viernes, 10 de julio de 2009

BALLARD


El pasado 19 de abril falleció James Graham Ballard, víctima de un cáncer de páncreas.
Desde que leí su, a mi juicio, obra maestra, “Crash” (ahora estoy revistándolo con gran placer, por cierto) me interesó sobremanera este escritor británico (aunque nacido en la cosmopolita –por aquel entonces- Shangai) en 1930.
A Ballard, y especialmente en esta perturbadora novela que es “Crash”, yo le considero el Sade del siglo XX. Dejando a parte la autobiográfica “El Imperio del Sol” (que, aún así, contiene alguna clave de la madura producción literaria de Ballard –la actitud alucinada de Jim, reflejo indisimulado del propio narrador, ante los aviones “Zero” japoneses que, luego, se repite ante los “Mustang” americanos ya que ambos se le revelan al joven Jim como “monstruos” tecnológicos que le causan, a partes iguales, perplejidad y deseos de descubrir sus recónditos secretos-).
Incluso en “Crash”, Ballard señala textualmente:
“Recordé la visita que habíamos hecho al Museo de la guerra imperial en compañía de un amigo, y la patética y fragmentada cabina de un caza japonés de la segunda guerra mundial, un Zero. Los haces de conexiones eléctricas y los jirones de lona desgarrada expresaban la soledad de la guerra. Esa tapa de plexiglás empañado encerraba aún un pequeño retazo del cielo del Pacífico, el rugido de un aeroplano que treinta años atrás correteaba por la cubierta de un portaviones”.

El mundo literario de James Ballard se encuadra principalmente en el género de la ciencia-ficción (aunque alejado de las fantasías “de anticipación” de un Asimov, por ejemplo, y más parejo a las elucubraciones íntimas y al universo extremo y delirante de William S. Burroughs o de Anthony Burgess).

Como en Burroughs o Burgess la ciencia-ficción de Ballard aflora, no tanto en brillantes fantasías como en el descenso a nuestros propios infiernos –no hace falta predecir tanto el futuro, cuando en el presente existe una zona subyacente dominada por lo inquietante y perturbador; no hace falta imaginar hipotéticos imperios y repúblicas del futuro, cuando el presente aporta los suficientes elementos turbulentos que siempre han caracterizado al género humano-.
Desde este punto de vista el universo literario de Ballard está dominado por lo extraño y lo desasosegante, que acaba aflorando (y cuestionando) la cotidianeidad.

Y este mundo de Ballard, inquietante y desasosegador, tiene su punto álgido en su breve novela “Crash”, auténtica exhibición de atrocidades (sería el título, definitorio, demoledor, de una posterior novela de Ballard -aún más “despojada”, en el sentido de más directa, contundente y experimental-) en la que sexo y muerte, “Eros” y “Tánatos”, danzan su baile siniestro e inquietante durante las apenas 200 páginas de esta brillantísima digresión sobre el fin de la vida y la libídine, que por su contundencia parece retrotraernos a las mejores páginas enfebrecidas de Donatien Alphonse François de Sade, el “divino marqués”, y que luego sería adaptada brillantemente al cine por una personalidad tan paralela a Ballard (en todos los sentidos) como es el magnífico cineasta canadiense David Cronenberg, reconocido poseedor de un universo propio dominado por la labilidad y lo perturbador (1).
El verdadero protagonista de “Crash” no es tanto el narrador (identificable, quizás, con el propio Ballard) como el extraño, inquietante Vaughan, auténtico catalizador del relato. Vaughan, inicialmente casi un personaje secundario, se va revelando como el indiscutible fermento de “Crash” y, por su lucidez, por su carácter desinhibido y radical, por su falta de “falsos” pudores (y la radicalidad extrema de su discurso) en el verdadero portavoz de Ballard a lo largo de la novela (2).
Y es que en “Crash” el sexo y la muerte son los dos vectores en torno a los cuales se articula la fábula. Sexo explícito, abundante, sin tapujos; y muerte entendida en un sentido amplio (que incluye a sus “proximidades”-los que pierden el dominio pleno sobre su cuerpo, los inválidos, físicos o con terribles carencias sen el orden afectivo-social-).
Esta modestísima entrada sólo pretende servir de homenaje a un gran escritor, cuyas fábulas brillantes nos hicieron pensar (y, por lo tanto, nos empujaron por el abismo del desasosiego, un precipicio que todos los que pretendemos enfrentarnos a la vida en toda su complejidad y sus múltiples facetas) nos ha marcado para siempre.


(1).-David Cronenberg ha llegado a definir su cine como una elucubración en torno a la “nueva carne”, entendida como la mixtura entre el ser humano y sus inquietantes desarrollos tecnológicos (recordemos la alucinante secuencia de “Videodrome” en que James Woods parece ser engullido por la pantalla de un televisor).
(2).-La novela está inicialmente contada en primera persona (e, incluso, el narrador no duda en identificarse como “Ballard”, pero el personaje de Vaughan, que en un momento dado llega a fundirse, literalmente, con el de Ballard, va creciendo hasta convertirse en el portavoz del autor, ejerciendo una progresiva e irresistible fascinación sobre el lector).

2 comentarios:

Madame X dijo...

Me encantó la película de Cronenberg. Como tú muy bien has descrito, Eros y Thanatos entrelazados. Y de un modo fascinante y perturbador. Lo que tengo pendiente es la novela. Está en mi larga lista de libros por leer. Tu comentario me ha refrescado el interés, gracias por ello.

Un saludo.

koolauleproso dijo...

A mí me gustaron por igual la novela y la peli. Ballard no pudo encontrar mejor adaptador que Cronenberg.

Y la novela se ha reeditado este año, así que no es tan difícil de encontrar (Ediciones Minotauro, 2008).
Yo la había leído hace mucho (gracias a la biblioteca pública), pero quería tener el libro, que me había impresionado. Por desgracia, sólo el fallecimiento del autor ha permitido que se haya reeditado otra vez.