Fabrice Luchini y Kristin Scott-Thomas, una pareja "burguesa" que acabará "abducida" por el joven "voyeur" Claude (Ernst Umbhauer)
Me entero que estrenan “En la casa” en los únicos cines
accesibles de mi ciudad. Es lunes, “día del espectador”. No llueve. Me decido a
ir. Solo. Maniobro para colocar mi silla de ruedas en la localidad reservada
para ella. Reparo en la cinta que impide que mis piernas se disparen en cada
pequeño bordillo. Me agobio. Qué lata. A mi derecha, observo a una mujer de
entre 40 y 50 años. Pelo largo. Morena. Atractiva. Venciendo mi timidez, le
ruego que me quite la cinta. ¿Cómo? La cinta. Es muy fácil. Tira de un lado, y
ya está. ¿Así? Sí, ves que fácil.
La película, excepcional. Un
profesor de literatura, un tanto “pagado de si mismo”, irónico, inteligente, de
vuelta de todo, algún profesor así hemos tenido todos, se agobia corrigiendo
redacciones insulsas, hasta que, entre ellas, aparece una perla: la de un
alumno con singular capacidad de observación (y también de manipulación) que
acabará por fascinar al profesor. Y embarcarle en una peligrosa travesía
navegando entre la ficción y la realidad.
La película ha empezado. A mi
derecha, en la semi-penumbra, la mujer se pone unas gafas. Desde siempre me han
encantado las mujeres con gafas. Como Claude (Ernst Umhauer), el joven
protagonista de “En la casa”, yo también soy un “voyeur”. Como a él, me
encantan las mujeres. Una ligera excitación se empieza a apoderar de mí. Como
quién no quiere la cosa, me estoy empalmando cuando la mirada de Claude sigue
las piernas de Emmanuel Seigner, que duerme lánguidamente recostada en una
chaise-longe (película especular, la secuencia se repetirá bastantes minutos
después, cambiando de protagonista femenina, la “espiada” por Claude será el
personaje de la estupenda Kristine Scott-Thomas).
Porque Claude se ha "incrustado" en una familia normal de clase media, la de su amigo Rafa, para usarla como material de su narración. Claude es un "voyeur" que transforma lo que observa en literatura. Y, a la vez, un narrador formidable que, como una Scherezade del siglo XXI, fascinará al sultán, que son ese profesor que se cree tan superior (interpretado por Fabrice Luchini) y, de rebote, su mujer (una galerista de arte, a la que da vida Kristin Scott-Thomas) gracias a ese "continuará..." con que, malevolamente, acaba cada redacción.
La película acaba dejando un
regusto de melancolía, y la convicción de haber visto algo excepcional.
Con la
mirada busco a la mujer, que se demora poniéndose el abrigo (su camiseta deja
entrever un tirante de su sujetador que se escapa por la desinencia de su
hombro) y encendiendo el teléfono.
Ahí está. Giro y me acerco a ella, mientras
se acaba de poner los guantes. Por favor, ¿me pones la cinta otra vez? Cómo no, por favor. Saca la cinta de la bolsa
de la silla donde la había metido, se agacha y la engancha con pericia.
Gracias, muchísimas gracias.
Salgo de la sala. Intento ponerme
la “Parka”. Como siempre, con torpeza. Enfrascado en la operación, noto cómo la
puerta batiente de la sala se vuelve a bambolear. Es ella otra vez. ¿Te ayudo?
Bueno, si eres tan amable, que ya me estoy liando, torpe que soy. Al acercarse aspiro su perfume y
sus pechos rozan mi brazo.
Y entonces:
POSIBILIDAD 1
Le digo, por cierto, ¿cómo te
llamas?
.-Estefanía
Conocí a una Estefanía que era
casi tan guapa como tu en el instituto. La novia de un buen amigo que ahora es
Policía municipal.
.-Hombre, gracias por el piropo.
No es un piropo. Es que desde que
te vi, me resultaste muy atractiva.
.- ¿Y tu amigo y Estefanía siguen
juntos?
No, él se casó con otra (ese
exceso de sinceridad que no viene a cuento)
Silencio prolongado.
Le digo, por cierto, ¿tienes prisa? ¿te apetece
tomar un café o algo?
.- Vale.
Y nos vamos a uno de los varios
locales adaptados del centro de Gijón. Como está climatizado, puede quitarse el
abrigo y yo, observar otra vez el tirante de su sujetador rojo que se empeña en
resbalar por su hombro. Mientras repasamos las bondades (muchas) del film, y los defectos (escasos, pero siempre alguno
hay), la erección se hace más intensa a medida que aumenta mi bochorno (a raiz de mi accidente, me han
seccionado los abductores y no puedo cruzar las piernas)
Continuará…
POSIBILIDAD 2
Yo entro en el pequeño ascensor acristalado, reiterándole
cansinamente mis agradecimientos. Desde allí, la observo esfumarse por la escalera
mecánica, hermosa e inaccesible ya para siempre. Mañana quedaré con mi mejor amiga
para contarle tamaña aventura y, si tengo tiempo, escribiré este relato.
Y esta posibilidad tiene difícil continuación…