Mi madre apenas superaba el metro y medio de estatura. Todo lo que tenía de pequeñita, lo tenía su corazón de grande. Y no sólo es una figura literaria: entre las causas de su fallecimiento, tal día como hoy hace exactamente 12 años, precisamente el día que cumplía 88, los médicos que intentaron (desgraciadamente, sin éxito) salvarla adujeron el excesivo tamaño de su “motor cardiaco” en relación con su caja torácica, lo que dificultaba, parece ser, su correcto funcionamiento.
Yo ya vivía en el Centro de Atención Integral al Discapacitado de Viesques (Gijón), y hacia las 9:30 de la mañana recibí una llamada de mi padre en la que, muy nervioso, me explicaba que “mamá se encontraba muy mal, que le dolía muchísimo la cabeza, y que habían tenido que desplazarse urgentemente a la Residencia de Cabueñes, a ver qué le pasaba”.
Hacia mediodía recibí otra llamada (esta, no sé si de mi prima Marite o de mi tía Geli): las noticias no eran buenas, mi madre estaba mal, y se la había trasladado al Hospital Central de Oviedo.
A media tarde la situación se tornó aún más desalentadora: la devolvieron al Hospital de Cabueñes, señal de que no podían hacer mucho por ella.
Al día siguiente fui a visitarla con mi padre. La impresión que me dio mi madre fue peor, mucho peor de lo que esperaba: aquella mujer, epítome del buen juicio y el equilibrio, a quien todo el mundo pedía consejo (incluidos, por supuesto, sus ocho hermanos -y hermanas- mayores) agonizaba en una cama de hospital, ante la impotencia de su marido y su hijo, que, desbordados por la imprevista situación, sólo pudieron sumirse en el mayor de los desconsuelos.
Siempre había sido una mujer muy ordenada, amén de discreta, así que eligió para desaparecer, el mismo día que la había visto nacer, un 21 de diciembre (que, casualmente, es el día en el que suele comenzar cada año el invierno) quizás para establecer que había vivido 88 inviernos justos, ni un día más, ni un día menos.
En los últimos 8-10 años de su vida, aquejada de endémicos problemas circulatorios y cardiacos sólo había salido de casa para lo más indispensable, las visitas al médico, poniendo así en valor su reiterada frase “tanto correla, tanto correla, pa qué quier la xente salir tanto, como si fuera casa hubiese algo que ver”.
El caso es que ya han pasado doce años de aquello y, por lo tanto, hoy se cumplen 100 de su nacimiento, tenga el valor que tenga eso, y signifique lo que signifique.