Leyendo “El País”, en la página de obituarios, me entero del fallecimiento de Lina Romay. Musa del cine de “serie z”, fue vampira, cazadora de vampiros, amazona, agente secreto, investigadora lúbrica, pionera porno, mujer tarántula, víctima de Jack el destripador, cabaretera, presidiaria, exhibicionista objeto de la fijación de un lúbrico voyeur (en la imagen) en quien se materializa el poco confesable deseo de cualquiera de nosotros, folklórica delirante o agente secreto. Dotada de un físico rotundo, su belleza un tanto vulgar (salvando las distancias, como Kim Novak, parecía tener el sexo inscrito en el rostro, como le decía Alfred Hitchcock a Truffaut en su libro-entrevista “El cine según Hitchcock”), su desbordante feminidad se imponía en la pantalla. Pareja de Jesús Franco, Romay tenía ideas (y ambiciones) propias: “Amo al cine. Como actriz, como montadora, como técnico de rodaje y como espectadora. Me gustaría convertirme en una buena directora. Dicen que soy una exhibicionista. Todo actor lo es, y lo acepto gustosa. No soy una hipócrita”. Así comenzaba el documental “The Lina Romay life, the intimate confessions of an exhibitionist” (1996) de Tim Greaves y Kevin Collins.
Lina Romay tenía 57 años. Musa y compañera de ese personaje capital del cine español que se llama Jesús Franco, Rosa María Almirall (ese era su verdadero nombre) deja un hueco muy difícil de rellenar entre los admiradores del cine bizarro y desprejuiciado que ella encarnó como nadie. Víctima de un cáncer fulminante, esta “guerrillera del cine”, nos abandonaba el pasado día 15. Descanse en paz.