Veo por televisión, desde la cómoda Europa, los disturbios, protestas, la situación ¿revolucionaria? que se adueña de las calles del Magreb. Primero Túnez, un pequeño país del que hasta ahora sólo se hablaba como exótico destino turístico, y luego Egipto, una nación mucho más grande y compleja. Veo a miles de ciudadanos hartos de sus gobernantes corruptos tomar las calles y exigir paz, pan y que la casta de sátrapas que los gobiernan se vayan. Veo rostros morenos ilusionados que se despiertan por fin de su secular amodorramiento y pugnan por hacerse dueños de sus destinos tras décadas de ominoso silencio. Veo alegría, energía, jóvenes y viejos, mujeres e incluso niños, exultantes, haciéndose con la calle y rozando, por un momento, la plenitud vital.
Sí, este fenómeno se parece a aquello que llamamos REVOLUCIÓN, y que creíamos (los datos nos obligaban a ello) que nunca más volveríamos a ver.
Y recuerdo cómo de niño (1976, no había cumplido yo los 11 años todavía) acompañaba a mi padre (ante la desesperación de mi madre, que quizás con razón le afeaba su imprudencia) a aquellas manifestaciones en las que desfilábamos desafiantes ante “los grises” puño en alto, entonando “Amnistía, libertad” o “El pueblo unido jamás será vencido”.
Supongo que con el paso inmisericorde del tiempo esta “revuelta magrebí”, que ahora nos asombra y llena de envidia (a mi, por lo menos) dará paso a una “normalidad” diferente, pero en la que irremediablemente esta vivificadora energía revolucionaria se apagará, es inevitable.
Y se reinstaurará la “cordura”, unos corruptos serán sustituidos por otros, y se volverá a cumplir la máxima desengañada de Lampedusa que tan sabiamente pronunciaba Don Fabrizio en “El gatopardo”, “algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.
Particularmente, me llama la atención la nada entusiasta reacción de las potencias occidentales (Estados Unidos y la Unión Europea) que, siempre “llenándonos la boca” con las palabras “libertad” y “democracia” han manifestado, en esta ocasión, un entusiasmo más bien escaso ante estos acontecimientos, por no hablar del única “presunta” (1) democracia de la región, Israel.
Por cierto, que una de las cosas que más me ha llamado la atención es la impronta relativamente laica que está teniendo todo este proceso, lo que (y creo que esa es una gran noticia) cuestiona uno de los apriorismos más ferreamente instaurados en Occidente: la incompatibilidad entre Islam y democracia. Ya el aplastante triunfo de los islamistas en Turquía (donde nada de lo que los agoreros de siempre presagiaban acabó sucediendo) era una señal alentadora al respecto. Y si ahora la democracia (la verdadera, no los sucedaneos que tienen ahora) llega a los países del Magreb a través de unas revoluciones que en ningún caso ponen en custión la herencia histórica Islámica de esos países creo que será una grandísima noticia para la humanidad.
Pero aunque todo acabe siendo una de las reiteradas ilusiones con las que nos engaña la Historia, a los que hayan protagonizado estos momentos, sin duda les merecerá la pena.
Yo estos días, por lo menos, quisiera ser magrebí.
(1).- Si califico a Israel como democracia “presunta” es porque difícilmente se le puede dar el total aval democrático a un estado que niega los derechos de, al menos, la mitad de los pobladores que ocupan su territorio (los palestinos) en virtud de criterios étnicos y religiosos. Y es que la Historia tiene estas paradojas, al pueblo secularmente oprimido y perseguido (los judíos) apenas le costó convertirse en opresor y perseguidor cuando “las tornas cambiaron”. En este sentido, la “democracia” israelí se parece demasiado a la sudafricana de los tiempos del “apartheid”.
Sí, este fenómeno se parece a aquello que llamamos REVOLUCIÓN, y que creíamos (los datos nos obligaban a ello) que nunca más volveríamos a ver.
Y recuerdo cómo de niño (1976, no había cumplido yo los 11 años todavía) acompañaba a mi padre (ante la desesperación de mi madre, que quizás con razón le afeaba su imprudencia) a aquellas manifestaciones en las que desfilábamos desafiantes ante “los grises” puño en alto, entonando “Amnistía, libertad” o “El pueblo unido jamás será vencido”.
Supongo que con el paso inmisericorde del tiempo esta “revuelta magrebí”, que ahora nos asombra y llena de envidia (a mi, por lo menos) dará paso a una “normalidad” diferente, pero en la que irremediablemente esta vivificadora energía revolucionaria se apagará, es inevitable.
Y se reinstaurará la “cordura”, unos corruptos serán sustituidos por otros, y se volverá a cumplir la máxima desengañada de Lampedusa que tan sabiamente pronunciaba Don Fabrizio en “El gatopardo”, “algo tiene que cambiar para que todo siga igual”.
Particularmente, me llama la atención la nada entusiasta reacción de las potencias occidentales (Estados Unidos y la Unión Europea) que, siempre “llenándonos la boca” con las palabras “libertad” y “democracia” han manifestado, en esta ocasión, un entusiasmo más bien escaso ante estos acontecimientos, por no hablar del única “presunta” (1) democracia de la región, Israel.
Por cierto, que una de las cosas que más me ha llamado la atención es la impronta relativamente laica que está teniendo todo este proceso, lo que (y creo que esa es una gran noticia) cuestiona uno de los apriorismos más ferreamente instaurados en Occidente: la incompatibilidad entre Islam y democracia. Ya el aplastante triunfo de los islamistas en Turquía (donde nada de lo que los agoreros de siempre presagiaban acabó sucediendo) era una señal alentadora al respecto. Y si ahora la democracia (la verdadera, no los sucedaneos que tienen ahora) llega a los países del Magreb a través de unas revoluciones que en ningún caso ponen en custión la herencia histórica Islámica de esos países creo que será una grandísima noticia para la humanidad.
Pero aunque todo acabe siendo una de las reiteradas ilusiones con las que nos engaña la Historia, a los que hayan protagonizado estos momentos, sin duda les merecerá la pena.
Yo estos días, por lo menos, quisiera ser magrebí.
(1).- Si califico a Israel como democracia “presunta” es porque difícilmente se le puede dar el total aval democrático a un estado que niega los derechos de, al menos, la mitad de los pobladores que ocupan su territorio (los palestinos) en virtud de criterios étnicos y religiosos. Y es que la Historia tiene estas paradojas, al pueblo secularmente oprimido y perseguido (los judíos) apenas le costó convertirse en opresor y perseguidor cuando “las tornas cambiaron”. En este sentido, la “democracia” israelí se parece demasiado a la sudafricana de los tiempos del “apartheid”.