Estoy acabando de tomar el café. La chica del gimnasio (a partir de ahora la nombraré con la incógnita “y”) se acerca por el pasillo. Después de despedirse de la logopeda, se detiene y me mira. Yo le digo “Bueno, ahora sí, feliz año”. Y ella se acerca y me besa en la mejilla. Y me dejo engullir por sus labios rojísimos. Su boca parece succionarme de la silla de ruedas. Y liberado de mi eterna compañera, navego (o quiero navegar) por el interior de esa boca y ese cuerpo. Fundido con ella, con la boca primero, con el glorioso cuerpo después (con sus pechos grandes y perfectos, con los miembros proporcionados pero dañados, cuyos movimientos tanto me ha excitado contemplar a distancia) mi placer es indescriptible. Algo parece licuarse en mi interior. Noto cómo me derrito por entero; y el doble roce de sus labios sobre mis mejillas supone una promesa de felicidad. Un placer presente, y una promesa de futuros e hiperbólicos goces aunque, de momento, sólo el “hasta el año que viene”, “sí, hasta el martes” con los que nos despedimos, responden a una realidad inexorable
Fernando Pessoa, El banquero anarquista y otros cuentos de raciocinio
-
De Pessoa he leído bastantes libros, por supuesto su magnífico: Libro del
desasosiego. Tenía pendiente de lectura desde hace tiempo estos cuentos y,
po...
Hace 8 horas